Triatlón Querétaro 16

martes, 12 de abril de 2016

MARATÓN DE PARIS, 2016.

París es una Maravilla. No estoy completamente seguro de que sea la Ciudad más bonita del mundo, como presumen en los promocionales de su Maratón, pero sí es una del top 3. Cuando caminas o trotas por sus calles, para cualquier punto cardinal al que voltees puedes apreciar las bellezas parisinas de todos tipos; el aire entre bohemio y nostálgico que se respira, da una sensación de estar en un lugar que no quisieras dejar nunca. Y si permites que se te resbale la frialdad de los parisinos, París es, en efecto, una maravilla.



Desafortunadamente, el Maratón de la ciudad está muy por debajo de París. Le hacen falta muchas cosas: Calidez y organización, principalmente. Lo primero se borra cuando suena la sirena de "arrancamos" (aunque reaparece en el instante en el que cruzas la meta) pero este Maratón tiene muchos detalles técnicos que hacen de esta carrera una que aún tiene mucho por aprender, por lo menos para mi gusto.

Empezamos por la Expo: Muy bien organizada, amplísima, nada que ver con la aglomeración de otras expos en otros maratones que he corrido y con todas las principales marcas de interés para un maratonista presentes (excepto Nike). La entrega de números muy eficiente y rápida, aunque yo fui de los primeros y tal vez no hubo tiempo de que llegara la horda de maratonistas por su número. Pero el paquete fue demasiado básico, por decir lo menos. No es que me importe un rábano la cantidad de espejitos que se incluyan de regalo, pero sí la información. Y aunque se publicó una guía del corredor, faltó información, que no se proporcionó en el paquete, la cual en ese momento no caímos en cuenta pero que hizo falta el día de la carrera. Eso sí, el pito que incluyeron en el paquete, no faltó en ninguno de los mismos. ¿Para qué? Ni los voluntarios que estaban ahí atendiendo a los corredores lo sabían. Bueno, de todos modos no tiene mucha importancia, porque además, el pito ¡ni siquiera pitaba!



El sábado estaba programada la Saturday Breakfast Run, una carrera de convivencia de 5K organizada como parte de los eventos previos al Maratón. Habíamos unos 2000 corredores, la mayoría extranjeros, incluyendo un puñado de mexicanos. Se correría desde la meta, casi en el Arco del Triunfo, hasta el Campo Marte, saliendo en sentido inverso a la llegada del Maratón. Fue muy agradable la convivencia con corredores de todos los colores y nacionalidades. En especial es espectacular el punto de la ruta en el que después de una vuelta a la izquierda, se te viene encima la Torre Eiffel. Todo mundo nos paramos a tomar las fotos en grupos mezclados de chinos con gringos, ingleses, australianos, mexicanos y hasta los simpáticos argentiiinos. Corrí con mi esposa, a su ritmo. Nunca lo había hecho en una carrera, pues ella no es corredora habitual. Fue una gran experiencia.
Pocos días antes ya había tenido la oportunidad de trotar en Roma, siguiendo una ruta de GPS con el Garmin Fenix. La ruta tocó el Coliseo, el Pantheon Romano y El Vaticano. Una experiencia difícil de olvidar.

 Después del frugal "desayuno" de la Breakfast Run 5K, tocaba descansar y prepararse para la aventura del día siguiente. Pero era muy difícil resistirse al llamado de La Ciudad Luz... nos salimos "solo a comer rápido", pero terminamos mi esposa, yo y los compadres en el 2o. piso de la Torre Eiffel. Las comadres subieron por el elevador, pero contra todo el sentido común y contra todas las recomendaciones de descansar antes de un 42K, el compadrito y yo nos echamos por las escaleras los 140 metros de altura que tiene ese segundo piso (medidos otra vez con el Fenix). La comida de carbos fue en el Marco Polo, que fue el único restaurant que encontramos atestado de corredores en toda la semana. Fuera de las 2 carreras (la de 5 y la de 42K), solo ahí logramos vivir un ambiente parisino de Maratón.


Todo quedó listo para Maratón de París al día siguiente. Solo faltaba que se llegara la hora...
El domingo el arranque de la carrera sería a partir de las 8:00 AM, hora en que saldrían los corredores elite. Después, a partir de las 8:45 saldrían oleadas cada 15 minutos, cada una con miles de corredores clasificados según su tiempo estimado. Yo estaba asignado al cajón de las 9:00, pero era muy difícil llegar hasta el guardarropa. Había que atravesar toda la zona de la salida, entre miles y miles de corredores, entregar la mochila y regresar hasta los cajones, que además no estaban señalizados.

Llegué al cajón que yo creía que era el que me correspondía faltando 1 o 2 minutos para las 9:00. Cuando dieron el bocinazo, me di cuenta de que arrancaba el cajón que estaba 2 espacios adelante. No me quedaba otra que adelantarme a base de codo hasta el siguiente cajón para salir a las 9:15. Tardé exactamente 15 minutos en llegar hasta el frente del cajón de las 9:15, pero lo logré y justo cuando estaba llegando, ya con las pulsaciones a ritmo de Maratón por toda la odisea previa, sonó la sirena. Y ahí estábamos ya: ¡corriendo Schneider Paris Marathon 2016!
El tramo de aproximadamente 1 kilómetro en Champs Ellysées en el que arranca la carrera tiene pendiente a favor, pero la superficie es un adoquín no tan incómodo para correr. Aún así, el golpe de ariete de las emociones te tiene en las estrellas en ese momento mágico en que empiezas a correr ni más ni menos que Maratón de París, el maratón de la ciudad más bonita del mundo, según los organizadores.

Los corredores tomábamos los dos carriles de la famosa avenida parisina, así que en esa temprana etapa, no había aglomeración al correr. Esa zona era la única que estaba adornada con cientos de pendones verdes, alusivos al Maratón y mucha gente había en las aceras, animando a los amigos y familiares que empezaban la ruta. Muy pronto llegamos a la glorieta Roosevelt y con los magníficos edificios del Grand Palais y Petite Palais a la derecha, dimos un giro de más de 90 grados a la izquierda, hacia una avenida ya pavimentada con asfalto, en la que el Maratón de París bien pudo haber sido el de San Felipe Torres Mochas y nadie habría notado la diferencia: había muy pocas personas haciendo ruido o animando a los corredores y entonces empezamos a escuchar solamente el chancleteo infinito y la respiración de los miles de corredores. Era momento de concentrarse en la carrera, de establecer el ritmo de 5:00 a 5:10 min/km que yo tenía planeado.

Pero esas calles eran mucho más angostas que los Campos Elíseos, los maratonianos nos empezamos a aglomerar y fue más difícil correr con comodidad. En cualquier otro maratón, habría sucedido lo contrario: la multitud se iría abriendo poco a poco e igualmente poco a poco iríamos teniendo más espacio para establecer el estilo y el ritmo de cada quién. Pero en una carrera con más de 50,000 almas corriendo en la misma dirección y con las características de las vialidades por donde nos llevaba la competencia, sucedía lo contrario.

El clima había estado muy frío y hasta con lluvia los días anteriores, pero el domingo arrancamos a 10 grados. Era justo la temperatura necesaria para correr con una camiseta de fondo térmica de las ultra delgaditas, otra playerita en la siguiente capa y la camiseta de competencia arriba. Pero ya para el kilómetro 2 o 3 la alta humedad empezó a molestar y empecé a pensar en quitarme tanto la camiseta de fondo como la otra y quedarme solo con la de competencia. Finalmente, antes del kilómetro 5 me quedé solamente con el fondo térmico y la camiseta de competencia y tiré a un bote de basura la otra camiseta. Ya sin mucha ropa, me sentí mucho mejor, pero la humedad me hacía sudar a chorros.

Casi para llegar a la Plaza de La Bastilla y unos 200 metros antes del puesto de abasto del kilómetro 5 apareció de repente el respectivo anuncio del lado derecho. Empezaba inconscientemente a tenderme hacia ese lado para tomar mi abasto cuando veo que solo hay dos mesas de unos 10 metros del lado izquierdo, con botellines de agua. Todos nos tendimos hacia la izquierda y se armó la de San Quintín. Los manotazos para arrebatarle una botella a los voluntarios se pusieron a peso, los empujones más baratos aún y la pérdida de tiempo solo en ese primer puesto de abastecimiento, yo calculo que fue de por lo menos 20 o 30 segundos. ¡Increíble falla de logística! Y más para un Maratón de la categoría de París. Habría puestos de abasto cada 2.5 kilómetros, pero los que estaban en los kilómetros que no eran múltiplos de 5 (7.5, 12.5, etc.) eran "especiales". No había botellas de agua, sino una especie de palanganas en las que el que quisiera, se podía echar agua con las manos, al estilo vaquero :shock: Esto no lo había visto ni en los "maratones de 15 kilómetros" de mi pueblo!!

Mi ritmo ya lo sentía muy bien para ese momento. Todo el trayecto hasta el kilómetro 5 había sido de bajadita ligera al principio y totalmente plano después, así que pude establecer un paso muy cercano al plan. ¡Y se sentía sabroooooso!!! Todavía iba disfrutando la adrenalina del arranque y hablando con el de al lado cada que podía, aunque ninguno de los dos entendiéramos al otro.
En el kilómetro 9 entramos al Bosque de Vincennes. La temperatura era agradable todavía y nunca fue pretexto. Aunque algunos corredores al final comentaban que había hecho calor, la verdad es que para los que íbamos bien preparados, el clima no afectó. Sí se sintió la humedad y más al entrar al Bosque. Yo sudaba a chorros, pero tampoco fue factor.


 Al entrar en el bosque, no hubo más gente apoyando o si la había, era escasa. En ese tramo se podía "meter la pata" y mi ritmo fue mejorando ligeramente. Había ligeras pendientes hacia arriba y hacia abajo, y la calle es amplia. Esa parte de la ruta se presta para concentrarse en el ritmo y así lo hice.
En el puesto de abastecimiento del kilómetro 10 los voluntarios ya estaban un poco mejor organizados, pero nuevamente estaba de un solo lado de la calle y la aglomeración y los empujones para alcanzar una botella de agua no se hicieron esperar. No había isotónico; ¿tal vez en el 15? No. Nunca lo hubo. Y de geles y otros lujos, ni hablar!

Salimos de Vincennes en el kilómetro 19 y yo seguía de maravilla. Pasé la marca del medio maratón en 1:47:21, tal vez 1 o 2 minutos por encima de lo deseado, pero mi apuesta era acelerar el ritmo en los últimos 10 kilómetros, como siempre lo intento.
Pasamos nuevamente por un lado de La Bastilla, vuelta a la izquierda y vamos a dar a la rivera del Sena. ¿Y el Paris Marathon escénico? nunca vimos nada más interesante que el obelisco de La Bastilla!

 La ruta a lo largo del Sena es monótona. Se corre por la margen izquierda, aguas arriba y solo ves de un lado el muro de contención. Al otro lado del río, si ya viste París los días anteriores, puedes reconocer a lo lejos el impresionante edificio del Museo del Louvre y un poco más abajo, del lado contrario, la madreadísima Catedral de Notre Dame.


 De pronto, nos meten a un túnel. Uno piensa que es solo el cruce a desnivel de una avenida pero no: el túnel se prolonga por casi 2 kilómetros. Se pierde la señal del satélite en los Garmin y eso me distrae. Creo que no se a qué ritmo voy, pero seguramente sigo al mismo, pues me sigo sintiendo perfectamente bien de todos lados. Alguien se echa un pedo muy apestoso. ¡Ah, no! Es el olor característico que hay dentro del túnel, que literalmente parece el de un pedo silencioso, que ya se sabe que son los más tóxicos.

Ya fuera del túnel hay algo de gente apoyando. No demasiada, pero sí la suficiente para mantener el ánimo arriba. Los gritos de ¡Alez, Alez! se escuchan a cada momento y hay banderas de muchos países en las aceras. A lo largo del Sena la carrera se hizo adulta. Llega el kilómetro 30, subimos una pequeña rampa y au revoir Sena. Los 30 K los paso a 2:34:45, todavía dentro del margen necesario para atacar las 3:30 al final. Me alcanza el pacer de las 3:30, pero seguramente se atrasó antes y ahora viene recuperando tiempo, a ritmos de 4:50 o menos; acompaño al grupo unos cientos de metros, pero siento que van fuera de mi ritmo, les doy la bendición y los dejo ir. Entramos en un tramo en el que nuevamente hay literalmente miles de personas apoyando. Los gritos de Alez Mexico se escuchan de vez en cuando y hay algunas banderas de México. Yo voy feliz, me siento eufórico nuevamente, las rodillas no duelen tanto y el "runner's high" se hace presente. Siento que es hora de acelerar y lo hago.

Entramos al Bois de Boulogne (Bosque de Boloña) y nuevamente disminuye la multitud de espectadores, pero yo sigo a gran ritmo. Veo acercarse al de las 3:30. Pienso que tal vez se tronó o que yo voy mejorando mi paso; prefiero pensar lo segundo y me motivo. Llega el kilómetro 35 y sigo de maravilla. Las rodillas me duelen desde el medio maratón y cada vez duelen más. Llega el 38 y el Garmin sigue marcando ritmos de 5:00 min/km. Aunque parezca reiterativo, sigo de maravilla. Me siento fuerte y eufórico, feliz porque se que voy a terminar con buen tiempo.

El último puesto de abasto en el kilómetro 39 me obliga a frenar para tomar dos botellines de agua; me vacío una en la cabeza y me tomo completa la otra. Retomo el ritmo, siento que voy a todo lo que dan las piernas, pero checo el Garmin y no creo los 5:30 min/km que me marca. Yo siento que voy bien, me siento bien, estoy bien. ¿Qué pasa? Tal vez el Garmin miente... pero no. Sigo avanzando y se confirma: 5:45, 5:50, 6:00. El ritmo cada vez se hace más lento, aunque yo me siento bien. Pero las piernas ya no dan más.

Llega el kilómetro 40. Yo no la veo, pero escucho a mi esposa gritándome "Vamos México, vamos Gerardo". Las emociones se empiezan a congestionar en el nido de la garganta. Trato de acelerar y no se puede. Sigo bien, me siento bien, voy bien, pero voy cada vez más lento. Me desconcierto un poco, pero ya hay literalmente miles y miles de personas apoyando. Algunos gritan "Alez Mexique". Otros mal pronuncian mi nombre y todo en conjunto me sigue provocando una oleada de emoción que se contiene difícilmente. Llega el 42, levanto los brazos y volteo hacia la batería de cámaras para salir guapo en la foto. Es difícil contener la emoción, pero sigo avanzando, lanzo besos a los fans, tiro un gancho de izquierda y varios upper cuts, levanto los brazos y cruzo en 3:38:54. Nada mal para estar en un supuesto período de recuperación, después de correr IronMan Monterrey el pasado 20 de Marzo.

Después de cruzar la meta, pensé que habría gran actividad en la zona de recuperación, pero aunque había muchísimo abasto (pasas, fruta seca, orejones, nueces, plátanos, cubos de azúcar, naranjas, manzanas, tangerinas, agua, etc)., el ambiente era frío. No había el entusiasmo que se vive normalmente en una zona de recuperación después de un maratón. Tal vez porque el área era muy grande. Había, eso sí, carpas de empresas con entrada exclusiva para sus empleados que habían corrido y ahí se veía que la estaban disfrutando en grande.



Yo había quedado de verme después del Maratón con mi esposa y mis amigos enfrente del Arco del Triunfo, así que me tomé un par de selfies, alguien más se ofreció para tomarme algunas otras fotos con el Arco de fondo, me quité la ropa mojada, me colgué mi medalla y me puse la verde No. 7 y enfilé rumbo al punto de reunión.
Fue todo, por lo que respecta al Maratón. Fría despedida, poco digna de un evento en la Ciudad "más bonita del mundo".

EPÍLOGO.-

Correr en París da una sensación de grandiosidad. Al correr ahí, uno se siente maravillado, pleno, feliz. Tal vez en mayor o menor medida así se sienta todo corredor en un Maratón, pero París es definitivamente especial; es una Ciudad que tiene un aire de nostalgia. Tal vez nostalgia no sea la palabra correcta, pero es que es difícil encontrar el término exacto; el caso es que estar en París es especial.

París es un Maratón relativamente rápido. Se corre bien por su ruta, a pesar del adoquín y a pesar de todo lo demás, no deja de ser una experiencia fuera de lo común. Pero técnicamente, Maratón de París tiene mucho que aprender. Sería difícil que volviera yo a París especialmente a correr su Maratón. Un día no muy lejano cuando corra Maratona di Roma, podría correr de rebote París.
Pero por lo pronto, ya lo dijo Sabina...

"En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver"