Triatlón Querétaro 16

viernes, 30 de octubre de 2015

IRONMAN LOS CABOS 70.3

En 1974 visité Cabo San Lucas, en la península de Baja California, México, en un viaje de "estudios" con mis compañeros de la Preparatoria. Recuerdo perfectamente que fue en la segunda mitad del mes de Febrero de ese año, pues casualmente celebré mi cumpleaños número 17 en ese pequeño pueblo de pescadores en el que entonces existían hoteles que se podían contar con la mitad de los dedos de una mano. Eran las épocas en las que iniciaba el primer boom turístico en México; y Cabo San Lucas / San José del Cabo (Los Cabos) eran apenas un proyecto del Mega Desarrollo turístico que son ahora.


Más de 40 años después, mi regreso a Los Cabos tiene motivaciones muy diferentes a las de mi visita de los años 70: después de prepararme durante la mayor parte del 2015, voy a correr el IronMan Los Cabos 70.3 millas en este otrora pueblo de pescadores, hoy uno de los más concurridos centros turísticos del país


De mi anterior visita hace cuatro décadas recuerdo de poco a casi nada, pero aún así el lugar es ahora sorprendente. El solo nombre de la competencia ya es espectacular pero este centro turístico lo es más; con infraestructura de primer mundo y plagado de hoteles de lujo de todas las cadenas, colores y sabores. Sorprende, sobre todo, el estado que guarda la impecable infraestructura urbana de San José del Cabo; nadie adivinaría que hace cosa de un año, la ciudad fue gravemente dañada por el paso del huracán Odile.

Me he hecho a la idea de que la competencia no será tan difícil. Sí pues; será difícil, pero no una odisea extrema como se sabe que son este tipo de triatlones IronMan, corridos en climas peligrosamente calurosos y húmedos, así sean de "solamente" 70.3 millas. Y no es que adivine yo el futuro. Es más bien que me he metido a la fuerza en la cabeza la ilusión de que las cosas serán estándar y de que no habrá dramas para mí en esta carrera. Pero las ilusiones son solo eso.

El sábado, la cita con las compañeras de mi club era a las 7:30 de la mañana, en Playa Palmilla, para asistir a la práctica oficial de nado. Un poco con la grúa, pero logré levantar a tiempo de la cama a esposa e hija para llegar puntuales a la cita. El clima, a esa hora de la mañana, como el sol no termina de asomarse por sobre el horizonte, es muy agradable. Típico clima de la costa del Pacífico mexicano (aunque estamos en la costa del Mar de Cortez, pero también a unos cuantos kilómetros del Pacífico), cálido amable, casi fresco, y con una humedad relativa que hacía que la piel se sintiera solo un poquitín pegajosa. Pero al llegar a Palmilla, apareció el primer amago de problemas: el oleaje era muy alto y habría que esperar hasta las 8:30 de la mañana para saber si la Capitanía de Puerto daba visto bueno para la práctica oficial de nado en el mar.


Con el oleaje aún alto, finalmente se autoriza la práctica de nado y a las 8:30 todos, en estampida, enfilamos rumbo a mar adentro. Solo cosa de librar las primeras olas, que no era fácil, para después encontrar aguas más tranquilas, aunque no del todo. Después de los primeros 100 metros de nado y casi 20 litros de agua salada bebida, di la vuelta a la primera boya y regresé a tierra firme. Se podía nadar, pero con algo de incomodidad, por lo "picado" del mar. Repetí la experiencia y volví a entrar al mar, no sin antes sufrir uno o dos revolcones, producto de la agresión de olas demasiado bravas. Después de la práctica de nado y por la endorfina que produjo, todo pinta color de rosa: aunque son 31 grados centígrados los pronosticados, mañana en el IronMan las cosas irán de maravilla. No hay pierde.

Domingo 5:30 de la mañana. La hora de la verdad se acerca. Llegamos a Playa Palmilla, a la Zona de Transición 1, a dejar los arreos para la batalla y las sorpresas siguen siendo buenas: a dos cajones de bici del mío está el del buen amigo Iñaki. Ya hay con quién compartir los nervios y entre plática y plática, suena la sirena y ahí vamos: a zambullirse al Mar de Cortez, que ya inicia la etapa de nado.

De inicio intento mantener cómoda la brazada, a ritmo suave. No me importa perder algunos minutos en el nado; es la etapa más corta y lo poco que se pierda aquí, si en efecto es poco, es una inversión que se capitalizará al final. Pero el esfuerzo sí que no es poco, pues hay que nadar entre bastante tráfico de nadadores y con el mar muy picado. Además, pronto se me olvida la estrategia de ir a ritmo tranquilo y ya voy a buen paso. Después de la primera boya piramidal que marca vuelta a la izquierda, las cosas se complican. El tráfico es intenso y cada que otro nadador me toca o se me repega demasiado, me saca de ritmo y de estilo, pero a final de cuentas ¡Esto es el IronMan! así que me mentalizo para disfrutar nadando en el océano.

Nadando en el mar, para ser más exacto, que para el caso el oleaje es igual (o peor). Los tragos ocasionales pero vastos de agua salada, cuando alguna ondulación del mar me sorprende, superan el par.  Pero aún así, disfruto como enano de la parte más hermosa del triatlón: el nado en el mar. Me siento fuerte, pero después de la última vuelta a la izquierda, se me hacen eternos los cientos de metros finales. Piso tierra y salgo del agua en un tiempo final de 46:01 en los 1900 oficiales metros del tramo de nado, que es 2 o 3 minutos más de lo que para mí sería excelente. El Garmin registra casi 2.1 km. nadados, en parte por las imprecisiones de la señal del GPS en el agua, pero en parte también por la un poco errática trayectoria en el tramo de natación. Llego al cajón por mi bici y en el cajón vecino todavía está la de Iñaki. Monto mi Kestrel Talon 2014 y doy los primeros pedalazos de la subida inicial rumbo a la autopista a San Lucas.



La ruta de 90 km. de ciclismo corre en gran parte por la autopista hacia Cabo San Lucas, de ida y vuelta. En esta sección se va costeando todo el tiempo, pero con subidas prolongadas y empinadas que después descienden rápidamente. En las subidas, trato de pedalear a un ritmo que no me lleve más allá del 80% de mis pulsaciones máximas y trato de aprovechar las bajadas para recuperar el tiempo perdido. La posición sobre las aerobarras se siente cómoda, por lo menos la primera hora o algo así, y me ayuda a dejarme ir a toda velocidad cuando la pendiente es a favor. El pavimento está en general muy bien y solo algunas cerámicas o boyas representan algún riesgo, pero me siento muy confiado yendo a toda velocidad en las bajadas, que de reojo alcanzo a checar en el Garmin a niveles de hasta 60 km/hr. Por lo visto, las 2 caídas que he tenido en los entrenamientos de los últimos meses no me han escarmentado. Pero las subidas cada vez van desgastando las energías y lo que se gana en las bajadas se pierde con creces en los prolongados ascensos. Hasta el retorno en San Lucas, que marca más o menos los primeros 30 kilómetros de la ruta, logro mantener el ritmo objetivo, pero en el regreso poco a poco voy perdiendo segundos y el promedio va paulatinamente tendiendo más hacia los 29 que hacia los 30 km/hr. planeados.


No hay mucha oportunidad de disfrutar de las vistas hacia la playa. Hay que ir muy atento al camino, pero aún así, cuando baja la velocidad en las subidas se puede echar un vistazo al entorno espectacular de esta zona de la Península de Baja California y el Mar de Cortez.

El clima se siente seco, lo que ayuda a que los 31 grados de temperatura no me desgasten tanto, por lo menos en el tramo de ciclismo. Voy bebiendo un trago grande de Gatorade cada 10 o 15 minutos y al completar el regreso de San Lucas he consumido ya 3 bolsitas de gel. Pero los kilómetros de subida esos sí que desgastan. Y falta lo más difícil: después de más o menos 2 horas de pedaleo, llegamos a San José del Cabo, abandonamos la costa y enfilamos rumbo al aeropuerto. Hay que trepar la pendiente más difícil, de aproximadamente 8 kilómetros de longitud, en donde todo mundo vamos a vuelta de rueda, luchando contra la fuerza de gravedad. De pronto viene la bajada, pero se acaba rápido y otra vez a trepar y así sucesivamente hasta que finalmente se llega al retorno hacia San José. Un compañero competidor finlandés cae justo en la vuelta, un par de metros adelante de mí. Me detengo a auxiliar, pero él se levanta rápidamente, dice "I'm good, I'm good" y se monta de nuevo. Ya en el regreso las subidas son un poco menos prolongadas y como todo lo que sube en algún momento tiene que bajar, descendemos en el tramo final a velocidades cercanas a los 60 km/hr.


Unos metros antes de llegar a la Zona de Transición 2, veo a mi hija Sarah y mi esposa Ruth y los gritos de aliento que me lanzan me suenan a gloria. Levanto el puño derecho en señal de que me siento de maravilla. Por dentro, tal vez no sean tanto así como maravillosas las condiciones físicas, pero las sensaciones, la gigantesca euforia y el gozo masoquista definitivamente sí. ¡Que no se acabe nunca el Ironman!. Termino la etapa de ciclismo y registro 3:14:06 en la misma. Entrego la bici al voluntario, tomo mi bolsa con mis cosas de correr, bebo media botella de 600 ml. de agua, tomo una cápsula de sal, me como otra bolsa de gel Hüma sabor mango, una Gu Chomp de cereza y me preparo lo más rápido que puedo para salir a correr con las piernas solo un poco engarrotadas, pero la incomodidad pasa rápido y pronto voy corriendo normal.


La ruta de 21 kilómetros de carrera a pie tiene dos partes claramente definidas: la sección plana, más allá del puente, y la sección ondulada, que parece que no hace daño pero que de a poquito en poquito nos sabotea las piernas sin que nos demos cuenta. Es el kilómetro 1, con su ascenso a la parte más alta de toda la carrera. Piernas y cuerpo ya entendieron que hay que cambiar de pedalear a correr y el ritmo ya se estabilizó. Kilómetro 2: Saritah y Ruth me animan con porras y gritos de ánimo. La euforia me sigue invadiendo sin control y pienso que sin ninguna duda los 21 kilómetros de carrera serán un éxito, pues me siento muy bien.


Estoy fuerte. El calor se siente, pero no me frena. El Garmin chilla marcando el kilómetro 2, checo tiempo y el parcial de 4' 52'' que marca el reloj para el segundo kilómetro me pone aún más eufórico. No siento que vaya quemando energía de más, pues el ritmo se siente natural. Entramos al larguísimo puente y al subir siento el primer aviso de calambres en ambas piernas. ¿Es solo falsa alarma? definitivamente, pues todo volvió pronto a la normalidad. Busco mis pastillas de sal en la bolsa de mi jersey y no hay más. El agua y el sudor las convirtieron en una masa indefinida. El kilómetro 3 sale en 5' 12'' pero no hay problema pues pienso que la subida del puente me frenó y subió poquitín mi tiempo del 3er. kilómetro. Tengo que hacer una parada categoría 1 y por más rápido que la hago, pierdo tal vez medio minuto y el kilómetro 4 sale en 5' 40''. Aún me siento fuerte y el calor sigue sin preocuparme, aunque se siente feroz.


Primero siento un tirón en la pantorrilla izquierda, que pasa de inmediato, pero unos segundos después siento el calambre doloroso en la parte posterior de la otra pierna, abajo de la rodilla. No hay forma de no parar. Estiro, me doy masaje estando de pie, pues siento que si me siento ya no podré levantarme. Finalmente logro sobreponerme al calambre, pero el daño ya estaba hecho. Al reanudar la carrera, si trataba de correr a mi ritmo normal, a los pocos segundos sentía el aviso de que ahí venía el puto Don Calambres a joder. Y tenía que parar a caminar un poco para ahuyentarlo.

Antes de subir el puente de regreso en la primer vuelta, veo a Iñaki corriendo muy bien y en sentido opuesto. Intercambiamos gritos de ánimo; le llevo tal vez 3 kilómetros, pero dadas mis condiciones pienso que es inminente que me de alcance. Y así continúo, medio trotando y medio caminando cada vez que los calambres me atacan como los tiburones al gran pez de Hemingway en  "El Viejo y el Mar". Ya no solo es la pierna derecha sino ambas. En cada puesto de abastecimiento me baño con agua helada, lo que supongo que al final contribuyó un poco a que los calambres no me detuvieran por completo.

Un poco milagrosamente, pero logro avanzar en la segunda vuelta. Bajo del puente y faltan solo 3 kilómetros para terminar. Me animan al paso mi esposa e hija y trato, de una vez por todas, de sacudirme las calamidades y trotar a paso un poco más normal. Y lo logro, pero solo por unos cientos de metros. La pantorrilla derecha se vuelve a paralizar e intento agacharme para jalar la punta del pie, solo para que Don Calambres se ensañe también con la pantorrilla izquierda. Trato de caminar dos pasos de reversa hacia la acera para sentarme, se me traba no sé si el pie, la pierna o qué y allá voy de nalgas al suelo.

Como puedo, después de un par de minutos, vuelvo a la carrera.

Falta menos de un kilómetro. Iñaki me rebasa y corre tendido a la Meta. Se oye ya claramente al que anuncia los nombres de los competidores que van terminando. Escucho mi nombre ya casi para llegar a Meta y siento un poco de tristeza de que todo esté por finalizar. Cruzo la Meta con los brazos en alto.


Al tiempo que checo en mi Garmin mi tiempo final de 7:10:42, que es casi 1 hora y media más del tiempo objetivo, tomo una rebanada de pizza y un plátano y empiezo a pensar mientras como, ardido, que esto no se va a quedar así. Quiero revancha y tiene que ser cuanto antes. IronMan Monterrey tendrá que pagarme los platos rotos.