Como si fuera novato, la emoción de la cuenta regresiva me hizo olvidarme de detalles importantes como hacerme doble nudo en los tenis o mentalizarme para los primeros momentos, etc. Salí al paso que mis piernas decidieron. Es decir, en el inicio no intenté correr ni muy rápido ni muy lento, sino que el paso inicial fue automático, impensado, a lo que las piernas dieron espontáneamente.
Poco antes de la marca del primer kilómetro alcancé a los amigos del Club Condors de San Luis Potosí. Iba Pánfilo Martínez con Juan Márquez; los saludé, intercambiamos palmaditas y continué a mi paso. Ellos se quedaron de inmediato, pues iban a un paso demasiado conservador lo cual me sorprendió un poco.
Desde ese mismo primer kilómetro sentía fuertes deseos de hacer una parada técnica del número 1. Ya desde el calentamiento había tenido que hacer cola en los sanitarios portátiles. El litro de Gatorade que me empujé como parte del desayuno y luego durante el traslado del hotel a la salida, más el vaso de café frío y cargadísimo estaban haciendo efecto. Pero había mucha gente a los lados del trayecto y ningún arbolito seco en un lugar discreto, así que me fui con el tanque lleno hasta el kilómetro 10, en donde vi una gasolinera con el baño abierto y al ataque mis valientes. Había otro corredor en los mismos menesteres; él terminó primero que yo y al salir me deseó suerte. Ahí perdí aproximadamente 30 o 40 valiosos segundos.
Casi inmediatamente después, llegamos a la curvita de entrada a la zona centro de Lerdo. Me impresionó la cantidad de gente de todas las edades y géneros animando a los corredores. Los grupos de animación se traían un gran desmother, bailando, gritando y había gente con pancartas de ánimo a los corredores en general o a alguno en particular. Una señora ya muy mayor gritaba “gracias por venir, corredores, gracias por venir” otra más decía “bienvenidos a Lerdo, corredores”. Total que el ambiente era extraordinario, como en pocos o ningún otro maratón he visto, pero en especial por ser en ese pequeño pueblo de Durango, tan golpeado por la delincuencia en estos tiempos. Tal parecía que la gente abrazaba al maratón y sus participantes como si ello fuera una pequeña catarsis de lo que están viviendo hoy día. Ya en Torreón escuché también a otra señora gritando “Bienvenidos a Torreón, embajadores de la paz”. O sea… extraordinario el apoyo, la gente muy cálida y expresiva, volcada en las calles para solamente observar o apoyar con porras o bien para repartir agua, naranjas, dulces, o lo que fuera. Maravillosa fusión de toda la gente de La Laguna con SU Maratón.
Al salir del centro de Lerdo, ya por el kilómetro 12 o 13, empecé a sentir cierta incomodidad en las piernas. Me sentía muy bien de respiración y de fuerza, pero las piernas parecía que llevaban otra dinámica. Las rodillas me empezaron a doler, primero de a poco, pero cada vez más conforme la carrera se hacía adulta. El mismo dolor que había sentido en Monterrey, solo que allá empezó hasta después del medio maratón. Como si internamente hubiera un roce en la articulación; no un dolor como el de una lesión o lastimadura propiamente, sino uno soportable pero bastante molesto. Y por si fuera poco, empecé a ver el pasto y los arbolitos muy secos y me empezaron, otra vez, a dar ganas de darles una regadita. Pero tanta gente en el recorrido hacía difícil encontrar un buen lugar para saciar mis bajos instintos.
Por otra parte y a pesar de los varios inconvenientes que me plagaban, mi ritmo se mantenía como de maquinita. Muy parejos salían los kilómetros, entre 4:55 y 5:00 o uno que otro por encimita de eso. Y el ánimo en lo alto. A pesar de los achaques, iba disfrutando como enano, chocando five cuando me estiraban la mano algunos espectadores y sobre todo, divirtiéndome al ver a los grupos de animación, algunos de los cuales eran bastante chistosos, definitivamente. Me ganaba la risa de vez en cuando y todo ello hacía de la carrera algo realmente digno de no olvidarse nunca. En la recta desde el centro de Lerdo hasta el puente del FFCC del kilómetro 15 el sol pegaba de frente, intensificándose el reflejo contra el pavimento y cegando un poco. Ahí, justamente, el fresco dejó de sentirse, por lo que decidí que era momento de despojarme de la camisetita de manga larga que llevaba encima de mi ropa de competencia. Al tratar de quitarme dicha camiseta, un grupo de muchachillas empezaron a palmear y a gritar “eehhh, eehhhh, eehhhh, eehhhh”, como animándome a que me quitara toda la ropa sensualmente. Yo no resistí las ganas de darle vueltas a la camiseta varias veces por encima de mi cabeza y terminar lanzándoselas como souvenir. ¡Me da mucha risa acordarme!.
Cruzando el puente plateado, por ahí del kilómetro 16 o 17, vi un par de baños portátiles a la orilla de la ruta. ¡De aquí soy!, pero cuándo me acerqué, uno tenía el letrero de que era para mujeres y el otro estaba ¡ocupado!, así que no hubo opción: seguí corriendo incómodo, con el tanque lleno.
Yo llevaba 6 pequeñas bolsitas de sal en la bolsa del short. Tomé tres de ellas y consumí su contenido. ¡Aoughhhh!!!, qué espantosa sensación comer sal así, a valor mexicano, pero es la mejor solución que he encontrado contra los calambres.
Por fin vi un restaurant abandonado, con una pequeña bardita que daba hacia la ruta y ahora sí, por fin… la sensación de alivio al tirar el agua de riñón fue deliciosa. Al regresar a correr sentí la diferencia, mucho más suelto y cómodo.
Muy pronto llegamos al kilómetro 20 y mi ritmo seguía parejito. Un par de chicas que había dejado atrás en la recta antes del puente, me alcanzaron. Su ritmo era ahora más veloz e intenté ir con ellas, pero ese ritmo era para mí un poco demasiado rápido. Las rodillas adoloridas no me impedían ir más rápido, pero si sentí como la respiración se agitó un poco y decidí decirles bye a las dos chicas y dejar que se adelantaran. Pensé: “al rato regresan a mis brazos, mis Reynas”. Y sí, 5 o 6 kilómetros más adelante, alcancé a una de ellas, y a la otra mucho después, ya para llegar al kilómetro 40.
Después del tapete del medio Maratón cambié el ritmo de todos modos, como resultado del acelerón con las dos muchachas mencionadas. No mucho, pero tal vez subí mi velocidad unos 5 segundos por kilómetro. Me seguía sintiendo bien y después del jalón, me frené algo, pero conservé un ritmo un poco más rápido que el que había traído durante todo el primer medio maratón. Las rodillas me seguían doliendo cada vez más y hubo un momento por el kilómetro 24 en el que sentí que se me venía el pavimento encima y por un buen rato fui presa del desanimo. Pensé que todo era un síntoma inicial de que las reservas de energía no me iban a alcanzar; empecé a recorrer mentalmente los muchos y larguísimos kilómetros que faltaban por recorrer y me sentí desolado. Pero Dios es grande y en el kilómetro 26 vi una ambulancia a la que me acerqué a pedirles una pastilla de Paracetamol. Apresuradamente el paramédico me dio una caja de Tempra. “Llévesela toda. Nooooo…. Solo quiero una pastilla”. Me la tomé y al poco rato me empecé a sentir un poco mejor, aunque el dolor nunca desapareció por completo. Sin embargo, al sentirme menos adolorido y luego, con los gritos de la gente del grupo de animación que estaba al dar vuelta a la plaza antes del kilómetro 28, me volvió el alma al cuerpo. Todo había sido una falsa alarma. Las fuerzas estaban íntegras y en el tramo de adoquín nuevamente sentí la euforia de estar corriendo Maratón. En esa recta del kilómetro 28 al 31 o 32 empecé a rebasar mucha gente que se empezaba a dar de topes con la pared. Yo seguía parejito, parejito, parejito. Empecé a escuchar la voz del diablillo en mi hombro, diciéndome “aceleeeeraaa, aceleeeeraaa”… pero ¡Nones!. En ese momento de desborde de endorfinas habría podido acelerar, con consecuencias imprevisibles en los últimos kilómetros, pero aguanté el momento crítico de euforia y la prudencia y la experiencia se impusieron y continué a mi mismo ritmo de 4:55 a 5:00 min/km.
Al entrar al campestre, seguía en las mismas, pero empecé a sentir fuerte el cansancio a partir del kilómetro 35. Lograba mantener el ritmo, pero el esfuerzo era mayor y la zancada tenía que ser más “pensada” para mantenerme; intencionalmente empecé a repasar algunos de los momentos más duros de los meses y meses de entrenamiento, repitiendo algunos de mis Mantras favoritos. Me concentré en la respiración y en sentir la zancada y empecé a echar mano de mis trucos motivadores. Traje a mi mente a mis personas más queridas e íntimamente les dediqué esos kilómetros ¿Sería ese uno de esos momentos místicos en los que el espíritu se desdobla y el cuerpo vuela? ¡Ni máiz! Extrañamente, no hubo la descarga de adrenalina que normalmente logro exprimirle a mis glándulas cuando echo a andar mis métodos de auto motivación maratoniana. ¡Nada!. Tal vez iba demasiado preocupado o quizá esta vez no fui lo suficientemente emotivo en mis plegarias, el caso es que no sucedió nada. Otra vez una chica me alcanzó y me adelantó unos metros. No las mismas muchachas de kilómetros antes, sino una chavita que aparentaba no más de 20 años, muy delgadita. Me pegué a su paso un metro atrás de ella, empecé a jalar al parejo y eso sí, ¡resultó!. Sentí como mi paso se hacía más ligero con el mismo esfuerzo, pero desgraciadamente poco después la chica se me fue quedando más o menos por el kilómetro 38 y ya fue más difícil mantener el ritmo yo solo. Me quedaba poca gasolina pero todavía hasta los kilómetros 39 y 40 seguía pedaleando igual, sin bicicleta, pero a 5 min/km, parejito. Vi un semáforo que estaba como a unos 400 o 500 metros adelante, casi para llegar al parque Venustiano Carranza y lo tomé como meta intermedia. Me dije “si logro llegar al semáforo al mismo ritmo, acelero con todo de ahí a la meta” Y sí… logré llegar al semáforo e intenté acelerar, pero no pude. Por el contrario, cada vez las piernas pesaban más. Faltaba ya kilómetro y medio para llegar, solo dar la vuelta al parque y asunto terminado. Chequé mi Garmin… el ritmo ahora sí ya había bajado a 5:30 min/km. Intenté con todas mis fuerzas, créanme que con todas, retomar mi ritmo de 5 min por kilómetro y no pude. Hice hasta lo imposible y no pude. ¡Vi claramente y con estos ojos como el parque se estiraba! De verdad: con cada zancada que yo daba, el parque se hacía más y más largo y más ancho y la esquina para dar vuelta hacia la meta se alejaba cada vez que la buscaba con la mirada. Parque maldoso y elástico que es el Venustiano Carranza. En esos delirios estaba cuando de pronto al alzar nuevamente la mirada, ¡ya estoy en la esquina antes de la meta! Doy vuelta a la derecha y veo, como a 500 lejanísimos metros, el nuevo arco conmemorativo de los 25 años del Maratón Lala, que marca el final del recorrido. Del fondo mismo del alma me salió un espontáneo “¡Ya chingué, ya chingué!”. Un señor a un lado de la ruta me escuchó y me dijo “¡Si señor!, ya chingó”. Con esas mexicanísimas palabras repitiéndose en mi mente, recorrí los últimos metros. Lancé los besos más amorosos que existen a la tribuna abarrotada de laguneras y crucé la meta en un tiempo chip de 3:32:44, que me califica para Boston con un mejor tiempo que el de Monterrey.
Me agaché un segundo y al levantar la cabeza, por un instante sentí que el piso enfrente de mí se movía en círculo. Cerré los ojos un momento y al abrirlos iba yo directo a chocar contra la cerca. El malestar pasó muy pronto y entonces... empecé a sentir como fluía tibiamente en mis venas esa inyección de paz y satisfacción infinitas que recibimos en la meta y a la que somos adictos los Maratonistas.
Muchas gracias a la gente de La Laguna, por su maravilloso Maratón.
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