IRONMAN COZUMEL 2017
Nada es verdad, ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira.
Hasta el día previo al viaje, había nervios. Pero al llegar a la expo, poco a poco el reto inminente se empieza a ver aún más abrumador, a golpe de observar a los compañeros de aventura, muchos impresionantes veteranos de mil Ironmen, vestidos desde ya para la ocasión. Hay de todo, jóvenes, viejos, no tan jóvenes, muy viejos, blancos, amarillos, morenos, negros, no tan negros, mujeres, hombres, algunos con el rostro más curtido o más severo que otros, pero cada uno proyectando, a su manera, la identidad inconfundible de atleta, de hombre de acero.
Domingo, 4:00 de la mañana: inicia el desfile hacia la zona de arranque. Los que más tarde serán brillantes protagonistas, ahora parecen sombras, cargando cada uno su cruz, sus arreos. Se respira tensión, nerviosismo, hasta que algún mitotero grita algo gracioso en algún idioma inentendible. Algunos ríen, otros nos preguntamos qué habrá dicho, pero todos continuamos, como ganado educado, el desfile hacia los autobuses.
Suena la sirena que marca el arranque de los más rápidos. Yo estoy atrás en la fila, en el corral de los de 1:20 hrs. en el nado. Me llega el turno y salto al agua de bombita, protegiéndome los gogles. Las primeras brazadas me permiten comprobar que el agua de Cozumel es más clara que el agua de cualquier otra parte en que haya nadado jamás. Se observa perfecto el fondo, a ratos arenoso, a ratos con una especie de pasto largo que ejecuta una ondulante y sincronizada danza, decorada de vez en cuando por algún pez extraviado del cardumen seguramente ahuyentado por 3000 aspirantes a sirenas y tritones. Y a ratos, el coral oscuro. Así de hermoso es el panorama, así de hermoso es el mar cuando te abraza y más en Cozumel.
Después de cada vez que sumerjo la cara para exhalar, levanto la vista a ver al nadador o nadadora de adelante. Trato de ir a pies lo más que puedo y por los manotazos en mis plantas, sé que el compañero de atrás de mí también hace lo mismo. Y así seguimos y seguimos y seguimos. No tengo referencia clara del tiempo ni la distancia, hasta que en un momento se empañan los gogles y me obligan a flotar a braza un momento para ajustarlos. La esperanza fallida de que ya estuviera en los umbrales de Chankanaab se desvanece cuando veo en el Garmin que van apenas 2,400 metros y poco más de 45 minutos nadados. Pero me siento mejor que bien y disfruto al máximo el momento; por lo menos, trato de hacerlo y no pensar en el esfuerzo que es moderado, placentero y así sigue, hasta que a mi izquierda alcanzo a ver entre los reflejos del sol contra el agua y mis gogles, que vamos llegando a Parque Chankanaab, fin del tramo marino del Ironman. Vuelta a la izquierda en la boya piramidal, vuelta de nuevo y retorno y el arco que marca el final del tramo de nado está a 100 metros. Desesperante e interminable hectómetro final que parece alargarse a cada brazada, pero que finalmente termina y ¡por fin pie a tierra!. Veo el reloj y literalmente no lo puedo creer: 1 hora y 6 minutos, que son 14 menos que la meta planteada y sin lugar a dudas, mi mejor tiempo jamás nadado. Los ánimos se van al cielo y siento la inyección de adrenalina que me impulsa a correr más rápido de lo prudente hacia la tienda de cambio de ropa.
Ya cambiado, me voy a buscar la potra: Ahí está mi Fuji D-6 y las ganas de montarla me emocionan. Pronto ya vamos hacia Sur de la isla, a ritmo deliberadamente muy moderado, comiendo la primera porción del día. Al llegar a Punta Sur y voltear con rumbo Norte, la pared de viento se siente de pronto. No es inesperado el golpe del aire, ya se sabía, pero es aquí donde el novato pierde y el experimentado gana. En mi caso, aunque la estrategia de carrera era muy clara y había que mantener el esfuerzo constante, sin importar la velocidad, empiezo a cometer errores e intento mantenerme al parejo de mis vecinos, quemando energía de más. Al fin que voy fuerte y no pasa nada (por ahora). Llegas a Mezcalitos, doblas al Poniente para cruzar al otro lado de la isla y en ese tramo, ya con viento a favor, te recuperas. Pero ¡sorpresas, sorpresas te da la vida! De Mezcalitos al pueblo de San Miguel de Cozumel el viento arrecia y apunta exacto contra mí; y yo, inundado de adrenalina y de ansias de novato, sintiéndome inmune e invencible me rebelo y trato de mantener el mismo ritmo. Error estratégico fundamental que pagaré con creces más adelante, en la ruta de ciclismo y en la de maratón.
Voy comiendo cada hora la ración prescrita por la nutrióloga. Una barrita energética Clif y un gel con cafeína. Voy bebiendo a ritmo de un bidón de 750 ml por hora y me siento muy fuerte, motivado y optimista. Calibro daños en piernas, rodillas y ánimos y son cero. ¿Por qué bajar el ritmo? Es el tramo al Sur, sin viento. ¿Y la estrategia?... No hay por qué bajarle al ritmo: el Garmin marca por momentos velocidades de 38, 39 km/hr. “Si quieres hacer 6 horas en la rodada, nunca subas de 30 – 31 km/hr”, había escrito el Coach. Pero el mar a mi derecha, con sus millones de tonos de azul turquesa, la sensación de poder al ir rebasando corredores, las sensaciones de bienestar, las endorfinas, todo me dice que siga. Y yo sigo.
Nuevamente Mezcalitos, nuevamente a cruzar la isla, nuevamente Chankanaab y nuevamente a acelerar a todo rumbo al Sur. Solo falta una vuelta y voy a ritmo de bajar por buen rato las 6 horas en el circuito ciclista. Antes de llegar a Mezcalitos por tercera vez, el velocímetro del Garmin no sube más allá de los 25. Cruzar la isla ya no es tan fácil, antes al contrario, es muy difícil mantener los 20 o 25 kms/hora contra el viento cada vez más intenso y siento el peso de los kilómetros y los calambres en las piernas y en los pulmones; en el momento, no se puede creer, no se da crédito a lo que marca el velocímetro y viene el bajón de ánimo. Son ya más de 7:30 horas continuas de competencia y al terminar el tramo de bici, veo a Ruth y a Sarah justo en donde inicia la zona de desmonte. ¿Cómo vas? La respuesta no recuerdo cuál fue pero sí recuerdo que difícilmente pronuncié palabra, con la boca y labios adormecidos por el viento, el líquido helado que venía bebiendo y el esfuerzo acumulado.
Entrego la bici y me preparo para correr el Maratón. Me cambio lo más rápido que mi nivel de lucidez me permitía y salgo a recorrer la distancia de Filípides. Las piernas no se sienten, las cosas no han ido como yo esperaba pero me forzo a pensar que nada me podrá sacar de la competencia. Al salir de la tienda de Transición, nuevamente mi esposa y mi hija que se han adelantado un poco, me esperan. No puedo evitar la emoción que se agolpa. El nudo en la garganta me revive y deliberadamente trato de seguirme visualizando al llegar a meta. Como algo de botana picosa que me da mi esposa y revivo aún más; los cuadríceps que venían ya dormidos y dados por vencidos empiezan a reaccionar y la euforia empieza a regresar, contagiado por los gritos y el ambiente que fabrica la mucha gente que hay alentando a los corredores a lo largo de la costera. Poco a poco sigo reviviendo y volviéndome a sentir dentro de competencia. El ritmo se empieza a estabilizar y la lucha contra el viento se reanuda, pero ahora el enemigo tiene un aliado: el calor, que no se sentía en la bici aunque ahí estuviera, presente, agazapado, pero que ahora se acumula, se siente en cabeza, cara, hombros y resto de mis partes. Me reconforta pensar que pronto empezará a caer la tarde e irremediablemente las condiciones mejorarán. El optimismo regresa, el sueño se reactiva: seré Ironman.
Chiquito se me hace el mar para echarme un buche de agua.
Pero también irremediablemente, las reservas energéticas se me van agotando. Tengo que caminar en los puestos de abastecimiento, me empapo en agua helada cada que puedo y alterno un buche de agua, uno de gatorade y uno de Pepsi cada kilómetro. Sigo comiendo cada hora, aunque el cogote y el estómago protesten, pero ya no es eso lo que me mantiene a flote, ahora es solo la terquedad. No me puedo dar por vencido. A la distancia, recuerdo ahora con emoción lo que pasaba por mi cabeza en esos momentos: Primero muerto que no llegar a meta, así lo pienso y lo siento, literalmente. Son 3 vueltas de 14 kilómetros y la recta final de 195 metros. Van 2 vueltas y la tercera se siente interminable. Hace buen rato que cayó la noche y el viento sigue torturando, ya no hay calor pero sí un cansancio infinito. Trato de mantener el trote, de no caminar más que unos cuántos pasos en los puestos de abasto. El trote es lento, muy lento y doloroso; los calambres en ambas pantorrillas se sienten como aguijonazos a cada rato pero ya no me sorprenden y logro sobreponerme sin que me paren ni me tumben. Y es el cuerpo el que se cansa, la mente sigue soñando e increíblemente me sorprendo sintiendo nostalgia por lo que ha quedado atrás este día. Que no se acabe, aunque me caiga. ¡No!, mejor que sí ya se acabe. ¡No, mejor que no!. Somos varios corredores los que vamos al paso, acompañandonos. Se cruzan algunas palabras y se intercambian un poco a media voz los mutuos "¡vamos!, ¡duro!, ¡no aflojes!"
El dolor es temporal, la satisfacción es para siempre.
A pesar de todo, muy adentro el diablito sigue diciendo “para, para”. Aunque fuera para descansar un minuto o tal vez dos, pero el deseo intenso de parar se alterna con la visión de mí mismo levantando los brazos al final. Y hay que recurrir a todo, aún a las frases cursis y mantras gastados que me vienen a la cabeza. Por momentos se siente que se acaba el aliento, pero no... llega el kilómetro 40 y después el 41 y el 42. Desde antes de doblar rumbo a la meta, busco a esposa e hija, sin encontrarlas y entonces lo escucho: “Gerardo Enríquez, TÚ YA ERES UN IRONMAN”
Ironman Cozumel
Nov. 26, 2017
Tiempo oficial: 13 horas 51 minutos 43 segundos
Nov. 26, 2017
Tiempo oficial: 13 horas 51 minutos 43 segundos