Triatlón Querétaro 16

jueves, 7 de diciembre de 2017

IRONMAN COZUMEL 2017

Nada es verdad, ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira.

Hasta el día previo al viaje, había nervios. Pero al llegar a la expo, poco a poco el reto inminente se empieza a ver aún más abrumador, a golpe de observar a los compañeros de aventura, muchos impresionantes veteranos de mil Ironmen, vestidos desde ya para la ocasión. Hay de todo, jóvenes, viejos, no tan jóvenes, muy viejos, blancos, amarillos, morenos, negros, no tan negros, mujeres, hombres, algunos con el rostro más curtido o más severo que otros, pero cada uno proyectando, a su manera, la identidad inconfundible de atleta, de hombre de acero.


Domingo, 4:00 de la mañana: inicia el desfile hacia la zona de arranque. Los que más tarde serán brillantes protagonistas, ahora parecen sombras, cargando cada uno su cruz, sus arreos. Se respira tensión, nerviosismo, hasta que algún mitotero grita algo gracioso en algún idioma inentendible. Algunos ríen, otros nos preguntamos qué habrá dicho, pero todos continuamos, como ganado educado, el desfile hacia los autobuses.
Suena la sirena que marca el arranque de los más rápidos. Yo estoy atrás en la fila, en el corral de los de 1:20 hrs. en el nado. Me llega el turno y salto al agua de bombita, protegiéndome los gogles. Las primeras brazadas me permiten comprobar que el agua de Cozumel es más clara que el agua de cualquier otra parte en que haya nadado jamás. Se observa perfecto el fondo, a ratos arenoso, a ratos con una especie de pasto largo que ejecuta una ondulante y sincronizada danza, decorada de vez en cuando por algún pez extraviado del cardumen seguramente ahuyentado por 3000 aspirantes a sirenas y tritones. Y a ratos, el coral oscuro. Así de hermoso es el panorama, así de hermoso es el mar cuando te abraza y más en Cozumel.

Después de cada vez que sumerjo la cara para exhalar, levanto la vista a ver al nadador o nadadora de adelante. Trato de ir a pies lo más que puedo y por los manotazos en mis plantas, sé que el compañero de atrás de mí también hace lo mismo. Y así seguimos y seguimos y seguimos. No tengo referencia clara del tiempo ni la distancia, hasta que en un momento se empañan los gogles y me obligan a flotar a braza un momento para ajustarlos. La esperanza fallida de que ya estuviera en los umbrales de Chankanaab se desvanece cuando veo en el Garmin que van apenas 2,400 metros y poco más de 45 minutos nadados. Pero me siento mejor que bien y disfruto al máximo el momento; por lo menos, trato de hacerlo y no pensar en el esfuerzo que es moderado, placentero y así sigue, hasta que a mi izquierda alcanzo a ver entre los reflejos del sol contra el agua y mis gogles, que vamos llegando a Parque Chankanaab, fin del tramo marino del Ironman. Vuelta a la izquierda en la boya piramidal, vuelta de nuevo y retorno y el arco que marca el final del tramo de nado está a 100 metros. Desesperante e interminable hectómetro final que parece alargarse a cada brazada, pero que finalmente termina y ¡por fin pie a tierra!. Veo el reloj y literalmente no lo puedo creer: 1 hora y 6 minutos, que son 14 menos que la meta planteada y sin lugar a dudas, mi mejor tiempo jamás nadado. Los ánimos se van al cielo y siento la inyección de adrenalina que me impulsa a correr más rápido de lo prudente hacia la tienda de cambio de ropa.


Ya cambiado, me voy a buscar la potra: Ahí está mi Fuji D-6 y las ganas de montarla me emocionan. Pronto ya vamos hacia Sur de la isla, a ritmo deliberadamente muy moderado, comiendo la primera porción del día. Al llegar a Punta Sur y voltear con rumbo Norte, la pared de viento se siente de pronto. No es inesperado el golpe del aire, ya se sabía, pero es aquí donde el novato pierde y el experimentado gana. En mi caso, aunque la estrategia de carrera era muy clara y había que mantener el esfuerzo constante, sin importar la velocidad, empiezo a cometer errores e intento mantenerme al parejo de mis vecinos, quemando energía de más. Al fin que voy fuerte y no pasa nada (por ahora). Llegas a Mezcalitos, doblas al Poniente para cruzar al otro lado de la isla y en ese tramo, ya con viento a favor, te recuperas. Pero ¡sorpresas, sorpresas te da la vida! De Mezcalitos al pueblo de San Miguel de Cozumel el viento arrecia y apunta exacto contra mí; y yo, inundado de adrenalina y de ansias de novato, sintiéndome inmune e invencible me rebelo y trato de mantener el mismo ritmo. Error estratégico fundamental que pagaré con creces más adelante, en la ruta de ciclismo y en la de maratón.


Voy comiendo cada hora la ración prescrita por la nutrióloga. Una barrita energética Clif y un gel con cafeína. Voy bebiendo a ritmo de un bidón de 750 ml por hora y me siento muy fuerte, motivado y optimista. Calibro daños en piernas, rodillas y ánimos y son cero. ¿Por qué bajar el ritmo? Es el tramo al Sur, sin viento. ¿Y la estrategia?... No hay por qué bajarle al ritmo: el Garmin marca por momentos velocidades de 38, 39 km/hr. “Si quieres hacer 6 horas en la rodada, nunca subas de 30 – 31 km/hr”, había escrito el Coach. Pero el mar a mi derecha, con sus millones de tonos de azul turquesa, la sensación de poder al ir rebasando corredores, las sensaciones de bienestar, las endorfinas, todo me dice que siga. Y yo sigo.

Nuevamente Mezcalitos, nuevamente a cruzar la isla, nuevamente Chankanaab y nuevamente a acelerar a todo rumbo al Sur. Solo falta una vuelta y voy a ritmo de bajar por buen rato las 6 horas en el circuito ciclista. Antes de llegar a Mezcalitos por tercera vez, el velocímetro del Garmin no sube más allá de los 25. Cruzar la isla ya no es tan fácil, antes al contrario, es muy difícil mantener los 20 o 25 kms/hora contra el viento cada vez más intenso y siento el peso de los kilómetros y los calambres en las piernas y en los pulmones; en el momento, no se puede creer, no se da crédito a lo que marca el velocímetro y viene el bajón de ánimo. Son ya más de 7:30 horas continuas de competencia y al terminar el tramo de bici, veo a Ruth y a Sarah justo en donde inicia la zona de desmonte. ¿Cómo vas? La respuesta no recuerdo cuál fue pero sí recuerdo que difícilmente pronuncié palabra, con la boca y labios adormecidos por el viento, el líquido helado que venía bebiendo y el esfuerzo acumulado.



Entrego la bici y me preparo para correr el Maratón. Me cambio lo más rápido que mi nivel de lucidez me permitía y salgo a recorrer la distancia de Filípides. Las piernas no se sienten, las cosas no han ido como yo esperaba pero me forzo a pensar que nada me podrá sacar de la competencia. Al salir de la tienda de Transición, nuevamente mi esposa y mi hija que se han adelantado un poco, me esperan. No puedo evitar la emoción que se agolpa. El nudo en la garganta me revive y deliberadamente trato de seguirme visualizando al llegar a meta. Como algo de botana picosa que me da mi esposa y revivo aún más; los cuadríceps que venían ya dormidos y dados por vencidos empiezan a reaccionar y la euforia empieza a regresar, contagiado por los gritos y el ambiente que fabrica la mucha gente que hay alentando a los corredores a lo largo de la costera. Poco a poco sigo reviviendo y volviéndome a sentir dentro de competencia. El ritmo se empieza a estabilizar y la lucha contra el viento se reanuda, pero ahora el enemigo tiene un aliado: el calor, que no se sentía en la bici aunque ahí estuviera, presente, agazapado, pero que ahora se acumula, se siente en cabeza, cara, hombros y resto de mis partes. Me reconforta pensar que pronto empezará a caer la tarde e irremediablemente las condiciones mejorarán. El optimismo regresa, el sueño se reactiva: seré Ironman.


Chiquito se me hace el mar para echarme un buche de agua.
Pero también irremediablemente, las reservas energéticas se me van agotando. Tengo que caminar en los puestos de abastecimiento, me empapo en agua helada cada que puedo y alterno un buche de agua, uno de gatorade y uno de Pepsi cada kilómetro. Sigo comiendo cada hora, aunque el cogote y el estómago protesten, pero ya no es eso lo que me mantiene a flote, ahora es solo la terquedad. No me puedo dar por vencido. A la distancia, recuerdo ahora con emoción lo que pasaba por mi cabeza en esos momentos: Primero muerto que no llegar a meta, así lo pienso y lo siento, literalmente. Son 3 vueltas de 14 kilómetros y la recta final de 195 metros. Van 2 vueltas y la tercera se siente interminable. Hace buen rato que cayó la noche y el viento sigue torturando, ya no hay calor pero sí un cansancio infinito. Trato de mantener el trote, de no caminar más que unos cuántos pasos en los puestos de abasto. El trote es lento, muy lento y doloroso; los calambres en ambas pantorrillas se sienten como aguijonazos a cada rato pero ya no me sorprenden y logro sobreponerme sin que me paren ni me tumben. Y es el cuerpo el que se cansa, la mente sigue soñando e increíblemente me sorprendo sintiendo nostalgia por lo que ha quedado atrás este día. Que no se acabe, aunque me caiga. ¡No!, mejor que sí ya se acabe. ¡No, mejor que no!. Somos varios corredores los que vamos al paso, acompañandonos. Se cruzan algunas palabras y se intercambian un poco a media voz los mutuos "¡vamos!, ¡duro!, ¡no aflojes!"


El dolor es temporal, la satisfacción es para siempre.
A pesar de todo, muy adentro el diablito sigue diciendo “para, para”. Aunque fuera para descansar un minuto o tal vez dos, pero el deseo intenso de parar se alterna con la visión de mí mismo levantando los brazos al final. Y hay que recurrir a todo, aún a las frases cursis y mantras gastados que me vienen a la cabeza. Por momentos se siente que se acaba el aliento, pero no... llega el kilómetro 40 y después el 41 y el 42. Desde antes de doblar rumbo a la meta, busco a esposa e hija, sin encontrarlas y entonces lo escucho: “Gerardo Enríquez, TÚ YA ERES UN IRONMAN”


Ironman Cozumel
Nov. 26, 2017
Tiempo oficial: 13 horas 51 minutos 43 segundos


miércoles, 17 de mayo de 2017

IRONMAN 70.3 MONTERREY 2017

Esperé con ansias la fecha del domingo 14 de Mayo. Traía clavada la espina del fracaso en Ironman 70.3 Los Cabos hace 6 meses y ahora no había pretexto, ni lesiones, ni achaques de ningún tipo: o sacaba un buen resultado o sacaba un buen resultado, pues el entrenamiento ha ido muy bien con mi nuevo entrenador y además, era mi debut en la categoría de 60 a 64 años. Fui bastante competitivo en la categoría anterior, pero aunque todavía me caía de repente un buen resultado, ya estaba siendo muy difícil competir contra los “bebés” de 55 años. Ahora, recién desempacado en mi 6ª década, creo que hay más probabilidades de subirme a los podiums y Ironman 70.3 Monterrey es una buena competencia para comprobarlo, pues estarán compitiendo varios de los mejores de la categoría en México.

El clima de Mayo en Monterrey es muy caluroso y el fin de semana de la competencia no era la excepción. Estaban anunciados 30 grados centígrados para la hora en la que yo calculaba que estaría en el tramo de carrera a pie, pero aunque ese pronóstico me intimidaba un poco, la buena preparación que traía me animaba. El domingo desde las 5:30 de la mañana, mientras nos dirigíamos a la zona de transición, ya se sentía calorcito y el chofer del Uber respondió a mi pregunta de qué temperatura marcaba el tablero del auto: 24 grados, dijo indiferente. Traté de pensar en otra cosa, pero no pude dejar de imaginarme como se sentiría correr ya al mediodía con 6 u 8 grados más. El conductor del Uber quiso saber cuánto tiempo dedicaba yo a entrenar y al escuchar que en total uno hace 14, 15 o hasta 20 horas a la semana, volvió a preguntar: ¿vale la pena tanto sacrificio solo para venir a nadar, rodar y correr por un rato, en una competencia en la que no van a ganar y en la que además ni les pagan? pensé que venir a Monterrey ya valía la pena, que pasara lo que pasara, 6 meses de entrenamiento específico para la competencia valían la pena y le contesté, un poco encabritado, quizá más por el síndrome pre competencia que por lo impertinente de la pregunta: el entrenamiento no es sacrificio, es parte de tu vida. Si fuera sacrificio, hace mucho que lo habría dejado. El día en que ya no pueda entrenar, seré otro.

El preguntón calló el resto del trayecto y solo volvió a hablar para avisar que había vallas que le impedían continuar el trayecto.

Cuando llegué a la zona de transición anunciaban que el agua estaba a 26 grados, por lo que no se permitiría el uso del traje de neopreno. ¡Mala noticia!, pero es lo mismo para todos.
A las 7:00 de la mañana en punto y con el día a duras penas clareando, suena la sirena e inicia el Rolling Start. Empiezo a nadar por ahí de las 7:05. No había logrado colarme a un buen lugar en el corral de salida y la aglomeración era mucha, todo mundo peleábamos por un espacio para bracear y los empujones y los manotazos se sentían a cada brazada; había que cuidarse mucho de las patadas del nadador en turno de adelante, pero al mismo tiempo buscaba seguirle los pies para aprovechar su estela y ahorrar algo de energía. El Río Santa Lucía es muy estrecho, en tramos mide no más de 10 metros de ancho y con 2500 competidores nadando al mismo tiempo era imposible hacerlo cómodamente. Como pude fui avanzando, pero no era posible tomar un ritmo de competencia; hice lo necesario para controlar la desesperación, eché mano de toda mi paciencia, empecé a acompañar mentalmente y a cuidar la técnica de brazada y para cuando pude mirar el Garmin ya había nadado más de un kilómetro. 


La sensación era muy agradable, a pesar de todo y en cada salida a respirar alcanzaba a escuchar intermitentemente la gritería de apoyo a los nadadores. Fugazmente alcanzaba a ver a través de mis empañados goggles muchas siluetas fantasmales agitando los brazos, animando al más cercano nadador anónimo, pero inevitablemente transmitiendo el impulso anímico a todos.

El río empezó a hacerse infinito. Ya no quise volver a ver el Garmin y antes de cada doblez de la ruta pensaba que, ahora sí, se vería a lo lejos el arco que marcaría el final del tramo acuático. Pero no. Hasta que finalmente después de un pequeño viro a la derecha ¡ahí está la meta!. Paro el cronómetro y marca 44 minutos y 42 segundos; más de 4 minutos por encima del objetivo.

La zona de transición ya estaba vacía a medias, lo que significaba que muchos nadadores ya se habían convertido en ciclistas antes que yo. Es normal, pensé, arranqué a la mitad del pelotón, pero en el fondo sentí el aguijonazo del desencanto de haber hecho más tiempo del planeado en el nado. Armado con casco, lentes y guantes, descolgué la bici y crucé la línea que marca el inicio de la zona de monte, solo para darme cuenta de que había dejado las zapatillas abrochadas. Primer error del día. Hubo que desmontar para abrir las correas y calzarme, perdiendo quizá valiosos 50 o 60 segundos.


Atravesé Macroplaza, crucé el puente Zaragoza y más pronto que tarde ya estaba rodando en Morones Prieto, iniciando el largo recorrido hacia el Oriente, al Norte del Cerro de la Silla.

Ahora sí, estoy en mi elemento. Es el ciclismo en donde hoy por hoy me siento más fuerte, gracias al programa de entrenamiento que estoy siguiendo con mi nuevo Coach. En posición aerodinámica, siento la velocidad de más 50 km/hr que marca el Garmin en las pendientes a favor, y en el plano no bajo de los 34. En la bici voy cómodo y me siento muy enamorado de mi Fuji D6 Matt Reed, por bonita, pero más porque es verdaderamente un avión: ligera, rápida, briosa,  aerodinámica. Y hoy se siente mejor que nunca. Rebaso a muchos ciclistas, pero no resiento mayormente el esfuerzo. Quiero ser conservador, no tanto como el año anterior, pero aún así, voy más rápido que todos los que tengo al alcance; rebaso y rebaso y nadie me rebasa. Voy siguiendo al pie de la letra el plan de hidratación y alimentación diseñado por mi Coach. Cada 15 minutos 2 tragos grandes de isotónico y cada 45 minutos un sobrecito de GEL.



Pero todo lo que de aquí pa’llá es de bajada, de allá pa’ca es de subida. Algo así logró descubrir el Filósofo de Güemez y yo lo comprobé en carne propia al dar vuelta en el retorno. Ahora la mayor parte del recorrido es con ligera pendiente en contra y la velocidad baja un poco, pero sigo siendo el más rápido del vecindario. Completo los primeros 45 kilómetros y la primera vuelta nuevamente en Macroplaza y yo me sigo sintiendo entero, con gran ánimo, disfrutando de los gritos de la gente y aún en gran forma. Nuevamente en Morones Prieto, la velocidad hace que me sueñe en el Tour de France. Voy eufórico y feliz, literalmente gozando cada kilómetro de la ruta.



Voy un poco más rápido en la segunda vuelta. Después de 3 horas de competencia no siento que se me vaya acabando la gasolina, ni mucho menos y la ruta se presta para acelerar, aún con la pendiente y un poco de viento en contra. Rebaso un pequeño grupo de ciclistas que no van compitiendo y escucho sus gritos de apoyo. Hay poca gente en la carretera y me concentro en el esfuerzo. Cada vez que volteo a ver el Garmin mi acumulado de kilómetros de ciclismo se acerca más a los 90, sin que el tiempo parcial del tramo vaya más allá de las 2 horas y fracción; empiezo a hacer cálculos mentales y concluyo que, de mantener ese ritmo en la bici y correr el medio Maratón en el rango de 1:45 a 1:50, podré terminar alrededor de 5 horas con 15 o 20 minutos, tiempazo mucho mejor que el objetivo de bajar de las 5:30 y que seguramente me pondría a competir por los escalones más altos del podium de mi categoría. Y sí; termino la ruta en bicicleta, desmonto sorprendentemente bien, checo mi Garmin y alcanzo a ver un parcial de ciclismo de 2 horas, 37 min y algo. ¡Maravilloso!.



La segunda transición fue más rápida que la primera, como tenía que ser. Voy emocionado por mi tiempo en la bici y por los gritos de la multitud, que aquí si la hay, y hago el cambio muy rápido. Al empezar a correr, todavía dentro de la zona de transición, piso por fuera de un área alfombrada, en una parte lisa y mojada y los pies se me van hacia adelante, deslizando como barriéndome en home. El sentón es ligero, me levanto rápido e ileso y me sirve para bajar las revoluciones. Despacio que llevo prisa, recuerdo que me dije a mí mismo al reiniciar el trote y cruzar el arco que marca el inicio del medio Maratón.

Por la zona en que inicia el tramo de carrera a pie, la acera a la orilla del Río Santa Lucía es estrecha y tortuosa, la superficie resbalosa en algunos tramos, con algunos escalones y por todo, poco apropiada para correr a ritmo. Al llegar a la zona de abasto del primer kilómetro, me alimento con GEL, me hidrato y tomo mi primera cápsula de sales. Segundo error del día, pues olvidé tomarla a la mitad del tramo de ciclismo. Hago el recuento de los daños hasta el momento: piernas bien, ritmo debajo de los 5:00 min/km, ánimo bien, todo bien y sigo pensando que puedo bajar de las 5 horas con 20 minutos, lo cual me sigue teniendo eufórico. Más eufórico de lo prudente, pienso, y no hay que echar las campanas al vuelo, por lo que trato de controlar el ritmo a no menos de 5:00 minutos por kilómetro. 
























El calor se siente como cuando cruzas Las Puertas del Infierno. No es que ya haya yo cruzado esas puertas, pero es algo ya sabido la temperatura que hay ahí. Cada que encuentro abasto, me refresco con agua fría en la cabeza, pero el alivio es fugaz. Aún así, el ritmo no cae y llego al kilómetro 10 en 49:55, sintiéndome fuerte ya casi para finalizar la primera vuelta. Empiezo a buscar al frente a competidores con la marca de la categoría “I” en la pierna, esperando verle la espalda al favorito, a quién saludé el sábado en la entrega de bicis. Veo y escucho a mi hija Sarah por primera vez en la carrera, animándome, y eso me levanta aún más el ánimo, si tal cosa fuera posible.


Inicia la segunda vuelta con los mismos pensamientos optimistas y tratando de conservar el ritmo, pero el Garmin me da una desagradable sorpresa al llegar a la marca del kilómetro 11: Ritmo de 5:50 por kilómetro. ¿Choqué con el muro? ¿A qué hora, que no lo vi? Yo me siento bien en general, pero las piernas no adelantan a la velocidad que yo quisiera y pronto mi ritmo se va por encima de los 6:00. Siendo lo que soy, maratonista más que triatleta, me duele aún más y en la cabeza ya empieza la búsqueda de explicaciones. Hay algunas que suenan lógicas y me inclino por aceptar la Paradoja de la Cobija. Si te cobijas la cabeza, te descobijas de los pies. Si te cobijas de los pies... ¿Entrené muchísima distancia de ciclismo a costa de poca carrera a pie? Quizá, pero la realidad del aquí y ahora es lo más importante y trato de concentrarme en adelantar un pie a la vez, cosa no tan sencilla en el momento, pues los calambres empiezan a aguijonearme ambas piernas, más la izquierda en la zona de la pantorrilla.


Ya no me importa terminar en 5:20 sino solo bajar de 5:30. Ya no compito por podium sino contra mí mismo y contra los calambres. Ya no escucho ni veo las porras, sino la pantalla del Garmin que me marca ritmos muy por encima de los 6:00. Y entonces, sin demasiada conciencia de cuánto falta, al levantar la vista veo, muy a lo lejos, mucho más allá de las cabezas de la gente, espectadores y corredores, el arco que parece ser el de la meta. Mucho más allá, mucho más lejos de lo que creo poder continuar corriendo o cualquier cosa que sea el gesto que voy haciendo. Pero por fin, lo que parecía quizá un espejismo se convierte en una realidad: después de dar vuelta a la derecha en el estrecho pasillo final, la meta está a 20 metros. Escucho a Saritah gritándome, pero no la veo. Levanto los brazos, subo la rampa final y me detengo justo en la meta para disfrutar 3 segundos más de Ironman 70.3 Monterrey.




Tiempo nado (1900 mts).- 44 min 42 seg.
Transición 1.- 3 min 44 seg.
Tiempo ciclismo (90 kms).- 2 horas 37 min 57 seg
Tiempo transición 2.- 2 min 50 seg
Tiempo medio Maratón.- 1 hora 59 min 36 seg
Tiempo Total (113.1 kms).- 5 horas 28 min 49 seg (Récord Personal)

3er. Lugar de Categoría 60 – 64 años.


jueves, 21 de julio de 2016

Triatlón Challenge San Gil 2016 (70.3)

PREVIEW...

Iba a ser mi última competencia en el Club.

Después de 5 años de pertenecer al CEENME ANTROPO, el Club de Triatlón más pequeño de Toluca, Metepec y Anexas, pero el de más éxitos y Podiums en los últimos años, había decidido hacer una pausa y buscar otros horizontes.

El sábado en el ingreso de bicicletas a la zona de transición, nos encontramos mi Coach Jaime Becerra, su esposa, una ex-compañera del grupo, otra compañera que sigue activa y yo. Fue un momento emotivo: mi despedida después de 5 años. Y qué mejor lugar que enmedio de las super-bicicletas de cientos de Triatletas que al día siguiente íbamos a disfrutar/sufrir juntos Triatlón San Gil. Hubo saludos, abrazos y una despedida que quería arrepentirse. Pero las cosas se hacen y se hacen bien y la decisión ya está tomada. Aprendí muchísimo con mi Coach y los entrenadores del Club, disfruté y me divertí muchísimo en el grupo y el CEENME será parte de mis más bellos recuerdos. Tal vez hasta que un día no lejano decida volver, lo que no es imposible.

A las 5:30 de la tarde ya estaba en el hotel, durmiendo la siesta. A las 9 de la noche pedí una chapata de jamón con mucha cebolla y lechuga orejona, revisé mis accesorios de competencia y dejé listo el glorioso uniforme del CEENME, que iba a portar por última vez al día siguiente...

AGUA...
Las primeras brazadas en el lago artificial donde se hace el tramo de nado fueron, como en todos los triatlones, algo incómodas, pero salvo alguno que otro arrimón, fue una salida relativamente tranquila. No me preocupé mucho al principio de asomar la cabeza para mantener el rumbo, pues respirando del lado izquierdo podía ver la margen cercana del lago y eso, junto con la manada de nadadores, me daba referencia para poder navegar en dirección correcta. Pero conforme fuimos avanzando y se tenía que localizar las boyas en los cambios de dirección, sí hubo que ir alternando algo de nado de río.

Poco a poco, conforme se fueron calentando músculos y articulaciones, las brazadas cada vez se fueron haciendo más amplias y buscando apoyarme más. Para la segunda parte del trayecto, ya la respiración se sentía muy profunda y agitada, como debe ser si estás nadando en competencia, señal de que el ritmo era a todo lo que me daban mis capacidades. Me sorprendía un poco que no me atropellaban las oleadas de nadadores que salieron atrás de la mía, cosa que me animaba pues me confirmaba que no iba nadando tan lento. Se sentía bien el nado; la sensación empezó a ser de "que no se acabe, que no se acabe", que haya agua para nadar todo el día. 

Pero después de nadar en medio círculo al bordear una pequeña ensenada del lago, vi por primera vez la meta del tramo. Después calculé que en ese punto faltaban unos 300 metros, pero en ese momento y al sentir que faltaba ya muy poco, empezó a sentirse la aceleración mental. Cada vez que me asomaba para ver hacia adelante faltaba menos, pero por más que intensificaba patada y brazada, el final no llegaba y no llegaba. Por fin llegué, salí del agua, crucé los tapetes y chequé mi tiempo: menos de 40 minutos. Nada mal, pero absolutamente nada mal para los 1900 metros exactos que marcó mi Garmin. Todo iniciaba según el plan: ahora a por el avión, que hay que treparse a la Sierra Gorda. 

PEDAL...
No encontraron los voluntarios rápidamente mi bolsa de arreos de ciclismo, pero el retraso fue mínimo. Lo más rápido (o lo menos lento) que pude, boté el neopreno, me puse casco, lentes y calcetas y llegué a tomar la Kestrel que ya estaba lista con las zapatillas enganchadas y más ansiosa que yo.

La subida empieza tranquila. Las rodillas, que se sentían como flojas al salir del agua y empezar a pedalear, ahora ya van normales. Al llegar al kilómetro 10, damos vuelta a la derecha rumbo a Sanfandila. Siguen algunas subidas no tan difíciles, y más porque las piernas van frescas. En este tramo todavía vamos mezclados con los de la distancia Sprint, por lo que la ruta se hace un poco peligrosa por las maniobras atrabancadas de algunos novatos. Llegamos de regreso a la desviación y ahora sí, seguimos con la subida de a deveras, rumbo a Amealco, ya solamente los que vamos por los 90 kilómetros. El ascenso es casi constante durante 30 kilómetros; hay que mantener alta la frecuencia de pedaleo con el plato chico y los piñones grandes, pero aún así las piernas lo resienten y los cuadríceps empiezan a quemar por momentos. 

Por el kilómetro 50 me rebasa mi compañera de equipo del CEENME, pero es normal porque es una fiera con pedales; ella arrancó 5 minutos después que yo en el nado, por lo que yo esperaba que me rebasara desde los primeros kilómetros de la ruta, así que no voy tan mal sino al contrario. Y la sensación es buena. Todo va de maravilla hasta aquí, no me falta fuerza para subir, voy entero, bebiendo cada 15 minutos y comiendo cada hora; y falta la bajada, que ya quiero que llegue.

Y la bajada llega. Poco antes del kilómetro 60 terminamos de subir, damos una vuelta en U y empezamos a descender.
Los casi 30 kilómetros de subida son ahora de bajada. Por momentos el Garmin registra 60 km/hr. El zumbido del viento es impresionante y con solo agachar la cabeza y encoger los hombros se incrementa la velocidad. Es la parte más emocionante de la ruta y de toda la competencia. Los caminos están cerrados a todo tráfico y solo triatletas circulamos por la carretera, lo que da una seguridad que anima a no bajar el ritmo.



Muy pronto termina la bajada y el descenso se convierte en 3 o 4 kilómetros de terreno semi-ondulado, en los que hay que imprimirle fuerza a los pedales para mantener una velocidad decente. Las piernas no se sienten como antes de empezar pero repaso mentalmente lo que me falta y no siento que no haya con qué; quedan piernas todavía para los 21 kilómetros de carrera. Llego al puente que cruza la Autopista a México y termino el tramo de ciclismo en 3:05:01 horas. Nuevamente muy bien. La mejora respecto de las 3:15 del año pasado no impresiona tanto como los 17 minutos menos en el nado, pero aún así me siento contento. Si hubiera hecho 3:08 en esas condiciones de topografía, habría sido excelente; 3:05 es increíble para mí.

TIERRA...
La segunda transición es rápida. En poco más de 3 minutos ya dejé la bici, crucé la zona de transición, me puse gorra y tenis e inicié la carrera a pie.
Casi al iniciar, mi Coach me da las últimas indicaciones a gritos: "reserva fuerzas la primera vuelta, bebe en cada estación y come cada 45 minutos". Mi ritmo de los primeros kilómetros es "espectacular". Bueno, siempre y cuando espectacular signifique algo así como 5:10 min/km. Después del kilómetro 5, las piernas empiezan a resentir el trabajo. Mis benditas y sexagenarias rodillas empiezan, como siempre, a doler. Bajo un poco el ritmo, tratando de ahorrar fuerzas y poco a poco me acerco al kilómetro 10, pero el ritmo poco a poco ha ido bajando, llegando a los 6:00 min/km. 

La segunda vuelta no es para esquimales. El calor se siente fuerte, aunque por breves momentos la brisa refresca un poco, pero en general el calor se me empieza a acumular en el cuerpo y el reto ahora es sobrevivir. Olvidé comer el gel del kilómetro 7 y en el 11 o 12 lo busco en mi cinturón, sin encontrarlo. Ya no hay gel ni para el 7 ni para el 14; nunca supe en qué momento los perdí. Ahora ya solo quiero terminar abajo de las 6 horas. Pero no hay paso: ya no doy más y poco a poco veo como el Garmin se acerca a mi tiempo objetivo máximo de 6 horas. 



En esos pensamientos fatalistas voy, cuando veo una pierna con la letra "H" marcada en su pantorrilla. ¡Es un competidor de mi categoría!. Lo alcanzo y le pregunto ¿como vamos?. "La espalda me viene matando" me responde. "¿Cuántos van adelante?" pregunto y nuevamente me responde: "a ese ritmo ganas podio". ¡Sentí el impulso casi como si me pusieran un cuete atrás! faltan todavía 5 o 6 eternos kilómetros para terminar, pero la posibilidad de subirme al podio me reanima. Trato de no parar a caminar en ningún momento, aunque el ritmo no me importa, solo que ningún "H" me alcance.

Al ver el anuncio del kilómetro 20, siento como si reviviera. No hay fatiga, no hay cansancio, solo deseo de llegar a meta. Llego a donde los conos marcan un sendero para la llegada. No creo que mi ritmo fuera de mucho menos de 6 min/km. pero de todos modos yo siento como si volara, y llego a Meta...

SUELO...
Cruzo la meta sintiendo una mezcla de euforia, temor e incertidumbre. ¿Gané podio o entraron más de 3 competidores de mi categoría antes que yo? Me paro justo antes de que me cuelguen la medalla, me inclino para tomar aire y... ¡Suelo! Allá voy de boca al pasto. Siento como que estoy entre nubes, cierro los ojos y me dispongo a dormir, cuando alguien me pregunta "¿estás bien?". Solo un poco mareado, respondo, dame un minuto. Me quedo acostado boca abajo uno o tal vez dos minutos, con el paramédico vaciándome una botella de agua en la cabeza. Me ayuda a levantarme, me cuelgan mi medalla, me llevan a la carpa de primeros auxilios. Me voy, necesito saber si gané podio...

EPÍLOGO...
Tiempo nado.- 0:39:43
T1.- 0:08:16
Tiempo Ciclismo.- 3:05:01
T2.- 0:03:08
Tiempo Carrera a pie.- 2:09:02
Tiempo Total.- 6:05:12
3er. Lugar de Categoría 55 - 59 años.

martes, 12 de abril de 2016

MARATÓN DE PARIS, 2016.

París es una Maravilla. No estoy completamente seguro de que sea la Ciudad más bonita del mundo, como presumen en los promocionales de su Maratón, pero sí es una del top 3. Cuando caminas o trotas por sus calles, para cualquier punto cardinal al que voltees puedes apreciar las bellezas parisinas de todos tipos; el aire entre bohemio y nostálgico que se respira, da una sensación de estar en un lugar que no quisieras dejar nunca. Y si permites que se te resbale la frialdad de los parisinos, París es, en efecto, una maravilla.



Desafortunadamente, el Maratón de la ciudad está muy por debajo de París. Le hacen falta muchas cosas: Calidez y organización, principalmente. Lo primero se borra cuando suena la sirena de "arrancamos" (aunque reaparece en el instante en el que cruzas la meta) pero este Maratón tiene muchos detalles técnicos que hacen de esta carrera una que aún tiene mucho por aprender, por lo menos para mi gusto.

Empezamos por la Expo: Muy bien organizada, amplísima, nada que ver con la aglomeración de otras expos en otros maratones que he corrido y con todas las principales marcas de interés para un maratonista presentes (excepto Nike). La entrega de números muy eficiente y rápida, aunque yo fui de los primeros y tal vez no hubo tiempo de que llegara la horda de maratonistas por su número. Pero el paquete fue demasiado básico, por decir lo menos. No es que me importe un rábano la cantidad de espejitos que se incluyan de regalo, pero sí la información. Y aunque se publicó una guía del corredor, faltó información, que no se proporcionó en el paquete, la cual en ese momento no caímos en cuenta pero que hizo falta el día de la carrera. Eso sí, el pito que incluyeron en el paquete, no faltó en ninguno de los mismos. ¿Para qué? Ni los voluntarios que estaban ahí atendiendo a los corredores lo sabían. Bueno, de todos modos no tiene mucha importancia, porque además, el pito ¡ni siquiera pitaba!



El sábado estaba programada la Saturday Breakfast Run, una carrera de convivencia de 5K organizada como parte de los eventos previos al Maratón. Habíamos unos 2000 corredores, la mayoría extranjeros, incluyendo un puñado de mexicanos. Se correría desde la meta, casi en el Arco del Triunfo, hasta el Campo Marte, saliendo en sentido inverso a la llegada del Maratón. Fue muy agradable la convivencia con corredores de todos los colores y nacionalidades. En especial es espectacular el punto de la ruta en el que después de una vuelta a la izquierda, se te viene encima la Torre Eiffel. Todo mundo nos paramos a tomar las fotos en grupos mezclados de chinos con gringos, ingleses, australianos, mexicanos y hasta los simpáticos argentiiinos. Corrí con mi esposa, a su ritmo. Nunca lo había hecho en una carrera, pues ella no es corredora habitual. Fue una gran experiencia.
Pocos días antes ya había tenido la oportunidad de trotar en Roma, siguiendo una ruta de GPS con el Garmin Fenix. La ruta tocó el Coliseo, el Pantheon Romano y El Vaticano. Una experiencia difícil de olvidar.

 Después del frugal "desayuno" de la Breakfast Run 5K, tocaba descansar y prepararse para la aventura del día siguiente. Pero era muy difícil resistirse al llamado de La Ciudad Luz... nos salimos "solo a comer rápido", pero terminamos mi esposa, yo y los compadres en el 2o. piso de la Torre Eiffel. Las comadres subieron por el elevador, pero contra todo el sentido común y contra todas las recomendaciones de descansar antes de un 42K, el compadrito y yo nos echamos por las escaleras los 140 metros de altura que tiene ese segundo piso (medidos otra vez con el Fenix). La comida de carbos fue en el Marco Polo, que fue el único restaurant que encontramos atestado de corredores en toda la semana. Fuera de las 2 carreras (la de 5 y la de 42K), solo ahí logramos vivir un ambiente parisino de Maratón.


Todo quedó listo para Maratón de París al día siguiente. Solo faltaba que se llegara la hora...
El domingo el arranque de la carrera sería a partir de las 8:00 AM, hora en que saldrían los corredores elite. Después, a partir de las 8:45 saldrían oleadas cada 15 minutos, cada una con miles de corredores clasificados según su tiempo estimado. Yo estaba asignado al cajón de las 9:00, pero era muy difícil llegar hasta el guardarropa. Había que atravesar toda la zona de la salida, entre miles y miles de corredores, entregar la mochila y regresar hasta los cajones, que además no estaban señalizados.

Llegué al cajón que yo creía que era el que me correspondía faltando 1 o 2 minutos para las 9:00. Cuando dieron el bocinazo, me di cuenta de que arrancaba el cajón que estaba 2 espacios adelante. No me quedaba otra que adelantarme a base de codo hasta el siguiente cajón para salir a las 9:15. Tardé exactamente 15 minutos en llegar hasta el frente del cajón de las 9:15, pero lo logré y justo cuando estaba llegando, ya con las pulsaciones a ritmo de Maratón por toda la odisea previa, sonó la sirena. Y ahí estábamos ya: ¡corriendo Schneider Paris Marathon 2016!
El tramo de aproximadamente 1 kilómetro en Champs Ellysées en el que arranca la carrera tiene pendiente a favor, pero la superficie es un adoquín no tan incómodo para correr. Aún así, el golpe de ariete de las emociones te tiene en las estrellas en ese momento mágico en que empiezas a correr ni más ni menos que Maratón de París, el maratón de la ciudad más bonita del mundo, según los organizadores.

Los corredores tomábamos los dos carriles de la famosa avenida parisina, así que en esa temprana etapa, no había aglomeración al correr. Esa zona era la única que estaba adornada con cientos de pendones verdes, alusivos al Maratón y mucha gente había en las aceras, animando a los amigos y familiares que empezaban la ruta. Muy pronto llegamos a la glorieta Roosevelt y con los magníficos edificios del Grand Palais y Petite Palais a la derecha, dimos un giro de más de 90 grados a la izquierda, hacia una avenida ya pavimentada con asfalto, en la que el Maratón de París bien pudo haber sido el de San Felipe Torres Mochas y nadie habría notado la diferencia: había muy pocas personas haciendo ruido o animando a los corredores y entonces empezamos a escuchar solamente el chancleteo infinito y la respiración de los miles de corredores. Era momento de concentrarse en la carrera, de establecer el ritmo de 5:00 a 5:10 min/km que yo tenía planeado.

Pero esas calles eran mucho más angostas que los Campos Elíseos, los maratonianos nos empezamos a aglomerar y fue más difícil correr con comodidad. En cualquier otro maratón, habría sucedido lo contrario: la multitud se iría abriendo poco a poco e igualmente poco a poco iríamos teniendo más espacio para establecer el estilo y el ritmo de cada quién. Pero en una carrera con más de 50,000 almas corriendo en la misma dirección y con las características de las vialidades por donde nos llevaba la competencia, sucedía lo contrario.

El clima había estado muy frío y hasta con lluvia los días anteriores, pero el domingo arrancamos a 10 grados. Era justo la temperatura necesaria para correr con una camiseta de fondo térmica de las ultra delgaditas, otra playerita en la siguiente capa y la camiseta de competencia arriba. Pero ya para el kilómetro 2 o 3 la alta humedad empezó a molestar y empecé a pensar en quitarme tanto la camiseta de fondo como la otra y quedarme solo con la de competencia. Finalmente, antes del kilómetro 5 me quedé solamente con el fondo térmico y la camiseta de competencia y tiré a un bote de basura la otra camiseta. Ya sin mucha ropa, me sentí mucho mejor, pero la humedad me hacía sudar a chorros.

Casi para llegar a la Plaza de La Bastilla y unos 200 metros antes del puesto de abasto del kilómetro 5 apareció de repente el respectivo anuncio del lado derecho. Empezaba inconscientemente a tenderme hacia ese lado para tomar mi abasto cuando veo que solo hay dos mesas de unos 10 metros del lado izquierdo, con botellines de agua. Todos nos tendimos hacia la izquierda y se armó la de San Quintín. Los manotazos para arrebatarle una botella a los voluntarios se pusieron a peso, los empujones más baratos aún y la pérdida de tiempo solo en ese primer puesto de abastecimiento, yo calculo que fue de por lo menos 20 o 30 segundos. ¡Increíble falla de logística! Y más para un Maratón de la categoría de París. Habría puestos de abasto cada 2.5 kilómetros, pero los que estaban en los kilómetros que no eran múltiplos de 5 (7.5, 12.5, etc.) eran "especiales". No había botellas de agua, sino una especie de palanganas en las que el que quisiera, se podía echar agua con las manos, al estilo vaquero :shock: Esto no lo había visto ni en los "maratones de 15 kilómetros" de mi pueblo!!

Mi ritmo ya lo sentía muy bien para ese momento. Todo el trayecto hasta el kilómetro 5 había sido de bajadita ligera al principio y totalmente plano después, así que pude establecer un paso muy cercano al plan. ¡Y se sentía sabroooooso!!! Todavía iba disfrutando la adrenalina del arranque y hablando con el de al lado cada que podía, aunque ninguno de los dos entendiéramos al otro.
En el kilómetro 9 entramos al Bosque de Vincennes. La temperatura era agradable todavía y nunca fue pretexto. Aunque algunos corredores al final comentaban que había hecho calor, la verdad es que para los que íbamos bien preparados, el clima no afectó. Sí se sintió la humedad y más al entrar al Bosque. Yo sudaba a chorros, pero tampoco fue factor.


 Al entrar en el bosque, no hubo más gente apoyando o si la había, era escasa. En ese tramo se podía "meter la pata" y mi ritmo fue mejorando ligeramente. Había ligeras pendientes hacia arriba y hacia abajo, y la calle es amplia. Esa parte de la ruta se presta para concentrarse en el ritmo y así lo hice.
En el puesto de abastecimiento del kilómetro 10 los voluntarios ya estaban un poco mejor organizados, pero nuevamente estaba de un solo lado de la calle y la aglomeración y los empujones para alcanzar una botella de agua no se hicieron esperar. No había isotónico; ¿tal vez en el 15? No. Nunca lo hubo. Y de geles y otros lujos, ni hablar!

Salimos de Vincennes en el kilómetro 19 y yo seguía de maravilla. Pasé la marca del medio maratón en 1:47:21, tal vez 1 o 2 minutos por encima de lo deseado, pero mi apuesta era acelerar el ritmo en los últimos 10 kilómetros, como siempre lo intento.
Pasamos nuevamente por un lado de La Bastilla, vuelta a la izquierda y vamos a dar a la rivera del Sena. ¿Y el Paris Marathon escénico? nunca vimos nada más interesante que el obelisco de La Bastilla!

 La ruta a lo largo del Sena es monótona. Se corre por la margen izquierda, aguas arriba y solo ves de un lado el muro de contención. Al otro lado del río, si ya viste París los días anteriores, puedes reconocer a lo lejos el impresionante edificio del Museo del Louvre y un poco más abajo, del lado contrario, la madreadísima Catedral de Notre Dame.


 De pronto, nos meten a un túnel. Uno piensa que es solo el cruce a desnivel de una avenida pero no: el túnel se prolonga por casi 2 kilómetros. Se pierde la señal del satélite en los Garmin y eso me distrae. Creo que no se a qué ritmo voy, pero seguramente sigo al mismo, pues me sigo sintiendo perfectamente bien de todos lados. Alguien se echa un pedo muy apestoso. ¡Ah, no! Es el olor característico que hay dentro del túnel, que literalmente parece el de un pedo silencioso, que ya se sabe que son los más tóxicos.

Ya fuera del túnel hay algo de gente apoyando. No demasiada, pero sí la suficiente para mantener el ánimo arriba. Los gritos de ¡Alez, Alez! se escuchan a cada momento y hay banderas de muchos países en las aceras. A lo largo del Sena la carrera se hizo adulta. Llega el kilómetro 30, subimos una pequeña rampa y au revoir Sena. Los 30 K los paso a 2:34:45, todavía dentro del margen necesario para atacar las 3:30 al final. Me alcanza el pacer de las 3:30, pero seguramente se atrasó antes y ahora viene recuperando tiempo, a ritmos de 4:50 o menos; acompaño al grupo unos cientos de metros, pero siento que van fuera de mi ritmo, les doy la bendición y los dejo ir. Entramos en un tramo en el que nuevamente hay literalmente miles de personas apoyando. Los gritos de Alez Mexico se escuchan de vez en cuando y hay algunas banderas de México. Yo voy feliz, me siento eufórico nuevamente, las rodillas no duelen tanto y el "runner's high" se hace presente. Siento que es hora de acelerar y lo hago.

Entramos al Bois de Boulogne (Bosque de Boloña) y nuevamente disminuye la multitud de espectadores, pero yo sigo a gran ritmo. Veo acercarse al de las 3:30. Pienso que tal vez se tronó o que yo voy mejorando mi paso; prefiero pensar lo segundo y me motivo. Llega el kilómetro 35 y sigo de maravilla. Las rodillas me duelen desde el medio maratón y cada vez duelen más. Llega el 38 y el Garmin sigue marcando ritmos de 5:00 min/km. Aunque parezca reiterativo, sigo de maravilla. Me siento fuerte y eufórico, feliz porque se que voy a terminar con buen tiempo.

El último puesto de abasto en el kilómetro 39 me obliga a frenar para tomar dos botellines de agua; me vacío una en la cabeza y me tomo completa la otra. Retomo el ritmo, siento que voy a todo lo que dan las piernas, pero checo el Garmin y no creo los 5:30 min/km que me marca. Yo siento que voy bien, me siento bien, estoy bien. ¿Qué pasa? Tal vez el Garmin miente... pero no. Sigo avanzando y se confirma: 5:45, 5:50, 6:00. El ritmo cada vez se hace más lento, aunque yo me siento bien. Pero las piernas ya no dan más.

Llega el kilómetro 40. Yo no la veo, pero escucho a mi esposa gritándome "Vamos México, vamos Gerardo". Las emociones se empiezan a congestionar en el nido de la garganta. Trato de acelerar y no se puede. Sigo bien, me siento bien, voy bien, pero voy cada vez más lento. Me desconcierto un poco, pero ya hay literalmente miles y miles de personas apoyando. Algunos gritan "Alez Mexique". Otros mal pronuncian mi nombre y todo en conjunto me sigue provocando una oleada de emoción que se contiene difícilmente. Llega el 42, levanto los brazos y volteo hacia la batería de cámaras para salir guapo en la foto. Es difícil contener la emoción, pero sigo avanzando, lanzo besos a los fans, tiro un gancho de izquierda y varios upper cuts, levanto los brazos y cruzo en 3:38:54. Nada mal para estar en un supuesto período de recuperación, después de correr IronMan Monterrey el pasado 20 de Marzo.

Después de cruzar la meta, pensé que habría gran actividad en la zona de recuperación, pero aunque había muchísimo abasto (pasas, fruta seca, orejones, nueces, plátanos, cubos de azúcar, naranjas, manzanas, tangerinas, agua, etc)., el ambiente era frío. No había el entusiasmo que se vive normalmente en una zona de recuperación después de un maratón. Tal vez porque el área era muy grande. Había, eso sí, carpas de empresas con entrada exclusiva para sus empleados que habían corrido y ahí se veía que la estaban disfrutando en grande.



Yo había quedado de verme después del Maratón con mi esposa y mis amigos enfrente del Arco del Triunfo, así que me tomé un par de selfies, alguien más se ofreció para tomarme algunas otras fotos con el Arco de fondo, me quité la ropa mojada, me colgué mi medalla y me puse la verde No. 7 y enfilé rumbo al punto de reunión.
Fue todo, por lo que respecta al Maratón. Fría despedida, poco digna de un evento en la Ciudad "más bonita del mundo".

EPÍLOGO.-

Correr en París da una sensación de grandiosidad. Al correr ahí, uno se siente maravillado, pleno, feliz. Tal vez en mayor o menor medida así se sienta todo corredor en un Maratón, pero París es definitivamente especial; es una Ciudad que tiene un aire de nostalgia. Tal vez nostalgia no sea la palabra correcta, pero es que es difícil encontrar el término exacto; el caso es que estar en París es especial.

París es un Maratón relativamente rápido. Se corre bien por su ruta, a pesar del adoquín y a pesar de todo lo demás, no deja de ser una experiencia fuera de lo común. Pero técnicamente, Maratón de París tiene mucho que aprender. Sería difícil que volviera yo a París especialmente a correr su Maratón. Un día no muy lejano cuando corra Maratona di Roma, podría correr de rebote París.
Pero por lo pronto, ya lo dijo Sabina...

"En Comala comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver"

viernes, 30 de octubre de 2015

IRONMAN LOS CABOS 70.3

En 1974 visité Cabo San Lucas, en la península de Baja California, México, en un viaje de "estudios" con mis compañeros de la Preparatoria. Recuerdo perfectamente que fue en la segunda mitad del mes de Febrero de ese año, pues casualmente celebré mi cumpleaños número 17 en ese pequeño pueblo de pescadores en el que entonces existían hoteles que se podían contar con la mitad de los dedos de una mano. Eran las épocas en las que iniciaba el primer boom turístico en México; y Cabo San Lucas / San José del Cabo (Los Cabos) eran apenas un proyecto del Mega Desarrollo turístico que son ahora.


Más de 40 años después, mi regreso a Los Cabos tiene motivaciones muy diferentes a las de mi visita de los años 70: después de prepararme durante la mayor parte del 2015, voy a correr el IronMan Los Cabos 70.3 millas en este otrora pueblo de pescadores, hoy uno de los más concurridos centros turísticos del país


De mi anterior visita hace cuatro décadas recuerdo de poco a casi nada, pero aún así el lugar es ahora sorprendente. El solo nombre de la competencia ya es espectacular pero este centro turístico lo es más; con infraestructura de primer mundo y plagado de hoteles de lujo de todas las cadenas, colores y sabores. Sorprende, sobre todo, el estado que guarda la impecable infraestructura urbana de San José del Cabo; nadie adivinaría que hace cosa de un año, la ciudad fue gravemente dañada por el paso del huracán Odile.

Me he hecho a la idea de que la competencia no será tan difícil. Sí pues; será difícil, pero no una odisea extrema como se sabe que son este tipo de triatlones IronMan, corridos en climas peligrosamente calurosos y húmedos, así sean de "solamente" 70.3 millas. Y no es que adivine yo el futuro. Es más bien que me he metido a la fuerza en la cabeza la ilusión de que las cosas serán estándar y de que no habrá dramas para mí en esta carrera. Pero las ilusiones son solo eso.

El sábado, la cita con las compañeras de mi club era a las 7:30 de la mañana, en Playa Palmilla, para asistir a la práctica oficial de nado. Un poco con la grúa, pero logré levantar a tiempo de la cama a esposa e hija para llegar puntuales a la cita. El clima, a esa hora de la mañana, como el sol no termina de asomarse por sobre el horizonte, es muy agradable. Típico clima de la costa del Pacífico mexicano (aunque estamos en la costa del Mar de Cortez, pero también a unos cuantos kilómetros del Pacífico), cálido amable, casi fresco, y con una humedad relativa que hacía que la piel se sintiera solo un poquitín pegajosa. Pero al llegar a Palmilla, apareció el primer amago de problemas: el oleaje era muy alto y habría que esperar hasta las 8:30 de la mañana para saber si la Capitanía de Puerto daba visto bueno para la práctica oficial de nado en el mar.


Con el oleaje aún alto, finalmente se autoriza la práctica de nado y a las 8:30 todos, en estampida, enfilamos rumbo a mar adentro. Solo cosa de librar las primeras olas, que no era fácil, para después encontrar aguas más tranquilas, aunque no del todo. Después de los primeros 100 metros de nado y casi 20 litros de agua salada bebida, di la vuelta a la primera boya y regresé a tierra firme. Se podía nadar, pero con algo de incomodidad, por lo "picado" del mar. Repetí la experiencia y volví a entrar al mar, no sin antes sufrir uno o dos revolcones, producto de la agresión de olas demasiado bravas. Después de la práctica de nado y por la endorfina que produjo, todo pinta color de rosa: aunque son 31 grados centígrados los pronosticados, mañana en el IronMan las cosas irán de maravilla. No hay pierde.

Domingo 5:30 de la mañana. La hora de la verdad se acerca. Llegamos a Playa Palmilla, a la Zona de Transición 1, a dejar los arreos para la batalla y las sorpresas siguen siendo buenas: a dos cajones de bici del mío está el del buen amigo Iñaki. Ya hay con quién compartir los nervios y entre plática y plática, suena la sirena y ahí vamos: a zambullirse al Mar de Cortez, que ya inicia la etapa de nado.

De inicio intento mantener cómoda la brazada, a ritmo suave. No me importa perder algunos minutos en el nado; es la etapa más corta y lo poco que se pierda aquí, si en efecto es poco, es una inversión que se capitalizará al final. Pero el esfuerzo sí que no es poco, pues hay que nadar entre bastante tráfico de nadadores y con el mar muy picado. Además, pronto se me olvida la estrategia de ir a ritmo tranquilo y ya voy a buen paso. Después de la primera boya piramidal que marca vuelta a la izquierda, las cosas se complican. El tráfico es intenso y cada que otro nadador me toca o se me repega demasiado, me saca de ritmo y de estilo, pero a final de cuentas ¡Esto es el IronMan! así que me mentalizo para disfrutar nadando en el océano.

Nadando en el mar, para ser más exacto, que para el caso el oleaje es igual (o peor). Los tragos ocasionales pero vastos de agua salada, cuando alguna ondulación del mar me sorprende, superan el par.  Pero aún así, disfruto como enano de la parte más hermosa del triatlón: el nado en el mar. Me siento fuerte, pero después de la última vuelta a la izquierda, se me hacen eternos los cientos de metros finales. Piso tierra y salgo del agua en un tiempo final de 46:01 en los 1900 oficiales metros del tramo de nado, que es 2 o 3 minutos más de lo que para mí sería excelente. El Garmin registra casi 2.1 km. nadados, en parte por las imprecisiones de la señal del GPS en el agua, pero en parte también por la un poco errática trayectoria en el tramo de natación. Llego al cajón por mi bici y en el cajón vecino todavía está la de Iñaki. Monto mi Kestrel Talon 2014 y doy los primeros pedalazos de la subida inicial rumbo a la autopista a San Lucas.



La ruta de 90 km. de ciclismo corre en gran parte por la autopista hacia Cabo San Lucas, de ida y vuelta. En esta sección se va costeando todo el tiempo, pero con subidas prolongadas y empinadas que después descienden rápidamente. En las subidas, trato de pedalear a un ritmo que no me lleve más allá del 80% de mis pulsaciones máximas y trato de aprovechar las bajadas para recuperar el tiempo perdido. La posición sobre las aerobarras se siente cómoda, por lo menos la primera hora o algo así, y me ayuda a dejarme ir a toda velocidad cuando la pendiente es a favor. El pavimento está en general muy bien y solo algunas cerámicas o boyas representan algún riesgo, pero me siento muy confiado yendo a toda velocidad en las bajadas, que de reojo alcanzo a checar en el Garmin a niveles de hasta 60 km/hr. Por lo visto, las 2 caídas que he tenido en los entrenamientos de los últimos meses no me han escarmentado. Pero las subidas cada vez van desgastando las energías y lo que se gana en las bajadas se pierde con creces en los prolongados ascensos. Hasta el retorno en San Lucas, que marca más o menos los primeros 30 kilómetros de la ruta, logro mantener el ritmo objetivo, pero en el regreso poco a poco voy perdiendo segundos y el promedio va paulatinamente tendiendo más hacia los 29 que hacia los 30 km/hr. planeados.


No hay mucha oportunidad de disfrutar de las vistas hacia la playa. Hay que ir muy atento al camino, pero aún así, cuando baja la velocidad en las subidas se puede echar un vistazo al entorno espectacular de esta zona de la Península de Baja California y el Mar de Cortez.

El clima se siente seco, lo que ayuda a que los 31 grados de temperatura no me desgasten tanto, por lo menos en el tramo de ciclismo. Voy bebiendo un trago grande de Gatorade cada 10 o 15 minutos y al completar el regreso de San Lucas he consumido ya 3 bolsitas de gel. Pero los kilómetros de subida esos sí que desgastan. Y falta lo más difícil: después de más o menos 2 horas de pedaleo, llegamos a San José del Cabo, abandonamos la costa y enfilamos rumbo al aeropuerto. Hay que trepar la pendiente más difícil, de aproximadamente 8 kilómetros de longitud, en donde todo mundo vamos a vuelta de rueda, luchando contra la fuerza de gravedad. De pronto viene la bajada, pero se acaba rápido y otra vez a trepar y así sucesivamente hasta que finalmente se llega al retorno hacia San José. Un compañero competidor finlandés cae justo en la vuelta, un par de metros adelante de mí. Me detengo a auxiliar, pero él se levanta rápidamente, dice "I'm good, I'm good" y se monta de nuevo. Ya en el regreso las subidas son un poco menos prolongadas y como todo lo que sube en algún momento tiene que bajar, descendemos en el tramo final a velocidades cercanas a los 60 km/hr.


Unos metros antes de llegar a la Zona de Transición 2, veo a mi hija Sarah y mi esposa Ruth y los gritos de aliento que me lanzan me suenan a gloria. Levanto el puño derecho en señal de que me siento de maravilla. Por dentro, tal vez no sean tanto así como maravillosas las condiciones físicas, pero las sensaciones, la gigantesca euforia y el gozo masoquista definitivamente sí. ¡Que no se acabe nunca el Ironman!. Termino la etapa de ciclismo y registro 3:14:06 en la misma. Entrego la bici al voluntario, tomo mi bolsa con mis cosas de correr, bebo media botella de 600 ml. de agua, tomo una cápsula de sal, me como otra bolsa de gel Hüma sabor mango, una Gu Chomp de cereza y me preparo lo más rápido que puedo para salir a correr con las piernas solo un poco engarrotadas, pero la incomodidad pasa rápido y pronto voy corriendo normal.


La ruta de 21 kilómetros de carrera a pie tiene dos partes claramente definidas: la sección plana, más allá del puente, y la sección ondulada, que parece que no hace daño pero que de a poquito en poquito nos sabotea las piernas sin que nos demos cuenta. Es el kilómetro 1, con su ascenso a la parte más alta de toda la carrera. Piernas y cuerpo ya entendieron que hay que cambiar de pedalear a correr y el ritmo ya se estabilizó. Kilómetro 2: Saritah y Ruth me animan con porras y gritos de ánimo. La euforia me sigue invadiendo sin control y pienso que sin ninguna duda los 21 kilómetros de carrera serán un éxito, pues me siento muy bien.


Estoy fuerte. El calor se siente, pero no me frena. El Garmin chilla marcando el kilómetro 2, checo tiempo y el parcial de 4' 52'' que marca el reloj para el segundo kilómetro me pone aún más eufórico. No siento que vaya quemando energía de más, pues el ritmo se siente natural. Entramos al larguísimo puente y al subir siento el primer aviso de calambres en ambas piernas. ¿Es solo falsa alarma? definitivamente, pues todo volvió pronto a la normalidad. Busco mis pastillas de sal en la bolsa de mi jersey y no hay más. El agua y el sudor las convirtieron en una masa indefinida. El kilómetro 3 sale en 5' 12'' pero no hay problema pues pienso que la subida del puente me frenó y subió poquitín mi tiempo del 3er. kilómetro. Tengo que hacer una parada categoría 1 y por más rápido que la hago, pierdo tal vez medio minuto y el kilómetro 4 sale en 5' 40''. Aún me siento fuerte y el calor sigue sin preocuparme, aunque se siente feroz.


Primero siento un tirón en la pantorrilla izquierda, que pasa de inmediato, pero unos segundos después siento el calambre doloroso en la parte posterior de la otra pierna, abajo de la rodilla. No hay forma de no parar. Estiro, me doy masaje estando de pie, pues siento que si me siento ya no podré levantarme. Finalmente logro sobreponerme al calambre, pero el daño ya estaba hecho. Al reanudar la carrera, si trataba de correr a mi ritmo normal, a los pocos segundos sentía el aviso de que ahí venía el puto Don Calambres a joder. Y tenía que parar a caminar un poco para ahuyentarlo.

Antes de subir el puente de regreso en la primer vuelta, veo a Iñaki corriendo muy bien y en sentido opuesto. Intercambiamos gritos de ánimo; le llevo tal vez 3 kilómetros, pero dadas mis condiciones pienso que es inminente que me de alcance. Y así continúo, medio trotando y medio caminando cada vez que los calambres me atacan como los tiburones al gran pez de Hemingway en  "El Viejo y el Mar". Ya no solo es la pierna derecha sino ambas. En cada puesto de abastecimiento me baño con agua helada, lo que supongo que al final contribuyó un poco a que los calambres no me detuvieran por completo.

Un poco milagrosamente, pero logro avanzar en la segunda vuelta. Bajo del puente y faltan solo 3 kilómetros para terminar. Me animan al paso mi esposa e hija y trato, de una vez por todas, de sacudirme las calamidades y trotar a paso un poco más normal. Y lo logro, pero solo por unos cientos de metros. La pantorrilla derecha se vuelve a paralizar e intento agacharme para jalar la punta del pie, solo para que Don Calambres se ensañe también con la pantorrilla izquierda. Trato de caminar dos pasos de reversa hacia la acera para sentarme, se me traba no sé si el pie, la pierna o qué y allá voy de nalgas al suelo.

Como puedo, después de un par de minutos, vuelvo a la carrera.

Falta menos de un kilómetro. Iñaki me rebasa y corre tendido a la Meta. Se oye ya claramente al que anuncia los nombres de los competidores que van terminando. Escucho mi nombre ya casi para llegar a Meta y siento un poco de tristeza de que todo esté por finalizar. Cruzo la Meta con los brazos en alto.


Al tiempo que checo en mi Garmin mi tiempo final de 7:10:42, que es casi 1 hora y media más del tiempo objetivo, tomo una rebanada de pizza y un plátano y empiezo a pensar mientras como, ardido, que esto no se va a quedar así. Quiero revancha y tiene que ser cuanto antes. IronMan Monterrey tendrá que pagarme los platos rotos.