Esperé con ansias la fecha del domingo 14 de Mayo. Traía
clavada la espina del fracaso en Ironman 70.3 Los Cabos hace 6 meses y ahora no
había pretexto, ni lesiones, ni achaques de ningún tipo: o sacaba un buen
resultado o sacaba un buen resultado, pues el entrenamiento ha ido muy bien con
mi nuevo entrenador y además, era mi debut en la categoría de 60 a 64 años. Fui
bastante competitivo en la categoría anterior, pero aunque todavía me caía de
repente un buen resultado, ya estaba siendo muy difícil competir contra los “bebés”
de 55 años. Ahora, recién desempacado en mi 6ª década, creo que hay más
probabilidades de subirme a los podiums y Ironman 70.3 Monterrey es una buena
competencia para comprobarlo, pues estarán compitiendo varios de los mejores de
la categoría en México.
El clima de Mayo en Monterrey es muy caluroso y el fin de
semana de la competencia no era la excepción. Estaban anunciados 30 grados
centígrados para la hora en la que yo calculaba que estaría en el tramo de
carrera a pie, pero aunque ese pronóstico me intimidaba un poco, la buena
preparación que traía me animaba. El domingo desde las 5:30 de la mañana, mientras
nos dirigíamos a la zona de transición, ya se sentía calorcito y el chofer del
Uber respondió a mi pregunta de qué temperatura marcaba el tablero del auto: 24
grados, dijo indiferente. Traté de pensar en otra cosa, pero no pude dejar de
imaginarme como se sentiría correr ya al mediodía con 6 u 8 grados más. El conductor
del Uber quiso saber cuánto tiempo dedicaba yo a entrenar y al escuchar que en
total uno hace 14, 15 o hasta 20 horas a la semana, volvió a preguntar: ¿vale
la pena tanto sacrificio solo para venir a nadar, rodar y correr por un rato,
en una competencia en la que no van a ganar y en la que además ni les pagan? pensé
que venir a Monterrey ya valía la pena, que pasara lo que pasara, 6 meses de
entrenamiento específico para la competencia valían la pena y le contesté, un
poco encabritado, quizá más por el síndrome pre competencia que por lo impertinente
de la pregunta: el entrenamiento no es sacrificio, es parte de tu vida. Si
fuera sacrificio, hace mucho que lo habría dejado. El día en que ya no pueda
entrenar, seré otro.
El preguntón calló el resto del trayecto y solo volvió a
hablar para avisar que había vallas que le impedían continuar el trayecto.
Cuando llegué a la zona de transición anunciaban que el agua
estaba a 26 grados, por lo que no se permitiría el uso del traje de neopreno.
¡Mala noticia!, pero es lo mismo para todos.
A las 7:00 de la mañana en punto y con el día a duras penas
clareando, suena la sirena e inicia el Rolling Start. Empiezo a nadar por ahí
de las 7:05. No había logrado colarme a un buen lugar en el corral de salida y
la aglomeración era mucha, todo mundo peleábamos por un espacio para bracear y
los empujones y los manotazos se sentían a cada brazada; había que cuidarse
mucho de las patadas del nadador en turno de adelante, pero al mismo tiempo
buscaba seguirle los pies para aprovechar su estela y ahorrar algo de energía.
El Río Santa Lucía es muy estrecho, en tramos mide no más de 10 metros de ancho
y con 2500 competidores nadando al mismo tiempo era imposible hacerlo
cómodamente. Como pude fui avanzando, pero no era posible tomar un ritmo de
competencia; hice lo necesario para controlar la desesperación, eché mano de
toda mi paciencia, empecé a acompañar mentalmente y a cuidar la técnica de
brazada y para cuando pude mirar el Garmin ya había nadado más de un kilómetro.
La sensación era muy agradable, a pesar de todo y en cada salida a respirar alcanzaba a
escuchar intermitentemente la gritería de apoyo a los nadadores. Fugazmente
alcanzaba a ver a través de mis empañados goggles muchas siluetas fantasmales agitando
los brazos, animando al más cercano nadador anónimo, pero inevitablemente
transmitiendo el impulso anímico a todos.
El río empezó a hacerse infinito. Ya no quise volver a ver
el Garmin y antes de cada doblez de la ruta pensaba que, ahora sí, se vería a
lo lejos el arco que marcaría el final del tramo acuático. Pero no. Hasta que
finalmente después de un pequeño viro a la derecha ¡ahí está la meta!. Paro el
cronómetro y marca 44 minutos y 42 segundos; más de 4 minutos por encima del objetivo.
La zona de transición ya estaba vacía a medias, lo que
significaba que muchos nadadores ya se habían convertido en ciclistas antes que
yo. Es normal, pensé, arranqué a la mitad del pelotón, pero en el fondo sentí
el aguijonazo del desencanto de haber hecho más tiempo del planeado en el nado.
Armado con casco, lentes y guantes, descolgué la bici y crucé la línea que
marca el inicio de la zona de monte, solo para darme cuenta de que había dejado
las zapatillas abrochadas. Primer error del día. Hubo que desmontar para abrir
las correas y calzarme, perdiendo quizá valiosos 50 o 60 segundos.
Atravesé Macroplaza, crucé el puente Zaragoza y más pronto
que tarde ya estaba rodando en Morones Prieto, iniciando el largo recorrido
hacia el Oriente, al Norte del Cerro de la Silla.
Ahora sí, estoy en mi elemento. Es el ciclismo en donde hoy por hoy me siento más fuerte, gracias al programa de entrenamiento que estoy siguiendo con mi nuevo Coach. En posición aerodinámica, siento la velocidad de más 50 km/hr que marca el Garmin en las pendientes a favor, y en el plano no bajo de los 34. En la bici voy cómodo y me siento muy enamorado de mi Fuji D6 Matt Reed, por bonita, pero más porque es verdaderamente un avión: ligera, rápida, briosa, aerodinámica. Y hoy se siente mejor que nunca. Rebaso a muchos ciclistas, pero no resiento mayormente el esfuerzo. Quiero ser conservador, no tanto como el año anterior, pero aún así, voy más rápido que todos los que tengo al alcance; rebaso y rebaso y nadie me rebasa. Voy siguiendo al pie de la letra el plan de hidratación y alimentación diseñado por mi Coach. Cada 15 minutos 2 tragos grandes de isotónico y cada 45 minutos un sobrecito de GEL.
Pero todo lo que de aquí pa’llá es de bajada, de allá pa’ca
es de subida. Algo así logró descubrir el Filósofo de Güemez y yo lo comprobé
en carne propia al dar vuelta en el retorno. Ahora la mayor parte del recorrido
es con ligera pendiente en contra y la velocidad baja un poco, pero sigo siendo
el más rápido del vecindario. Completo los primeros 45 kilómetros y la primera vuelta
nuevamente en Macroplaza y yo me sigo sintiendo entero, con gran ánimo,
disfrutando de los gritos de la gente y aún en gran forma. Nuevamente en
Morones Prieto, la velocidad hace que me sueñe en el Tour de France. Voy eufórico
y feliz, literalmente gozando cada kilómetro de la ruta.
Voy un poco más rápido en la segunda vuelta. Después de 3
horas de competencia no siento que se me vaya acabando la gasolina, ni mucho menos y la ruta se presta para acelerar, aún con la pendiente y un poco de
viento en contra. Rebaso un pequeño grupo de ciclistas que no van compitiendo y
escucho sus gritos de apoyo. Hay poca gente en la carretera y me concentro en
el esfuerzo. Cada vez que volteo a ver el Garmin mi acumulado de kilómetros de
ciclismo se acerca más a los 90, sin que el tiempo parcial del tramo vaya más
allá de las 2 horas y fracción; empiezo a hacer cálculos mentales y concluyo
que, de mantener ese ritmo en la bici y correr el medio Maratón en el rango de
1:45 a 1:50, podré terminar alrededor de 5 horas con 15 o 20 minutos, tiempazo
mucho mejor que el objetivo de bajar de las 5:30 y que seguramente me pondría a
competir por los escalones más altos del podium de mi categoría. Y sí; termino
la ruta en bicicleta, desmonto sorprendentemente bien, checo mi Garmin y
alcanzo a ver un parcial de ciclismo de 2 horas, 37 min y algo. ¡Maravilloso!.
La segunda transición fue más rápida que la primera, como
tenía que ser. Voy emocionado por mi tiempo en la bici y por los gritos de la
multitud, que aquí si la hay, y hago el cambio muy rápido. Al empezar a correr,
todavía dentro de la zona de transición, piso por fuera de un área alfombrada,
en una parte lisa y mojada y los pies se me van hacia adelante, deslizando como
barriéndome en home. El sentón es ligero, me levanto rápido e ileso y me sirve
para bajar las revoluciones. Despacio que llevo prisa, recuerdo que me dije a
mí mismo al reiniciar el trote y cruzar el arco que marca el inicio del medio
Maratón.
Por la zona en que inicia el tramo de carrera a pie, la
acera a la orilla del Río Santa Lucía es estrecha y tortuosa, la superficie
resbalosa en algunos tramos, con algunos escalones y por todo, poco apropiada
para correr a ritmo. Al llegar a la zona de abasto del primer kilómetro, me
alimento con GEL, me hidrato y tomo mi primera cápsula de sales. Segundo error
del día, pues olvidé tomarla a la mitad del tramo de ciclismo. Hago el recuento
de los daños hasta el momento: piernas bien, ritmo debajo de los 5:00 min/km, ánimo
bien, todo bien y sigo pensando que puedo bajar de las 5 horas con 20 minutos,
lo cual me sigue teniendo eufórico. Más eufórico de lo prudente, pienso, y no
hay que echar las campanas al vuelo, por lo que trato de controlar el ritmo a
no menos de 5:00 minutos por kilómetro.
El calor se siente como cuando cruzas Las Puertas del Infierno. No es que ya haya yo cruzado esas puertas, pero es algo
ya sabido la temperatura que hay ahí. Cada que encuentro abasto, me refresco
con agua fría en la cabeza, pero el alivio es fugaz. Aún así, el ritmo no cae y
llego al kilómetro 10 en 49:55, sintiéndome fuerte ya casi para finalizar la
primera vuelta. Empiezo a buscar al frente a competidores con la marca de la
categoría “I” en la pierna, esperando verle la espalda al favorito, a quién
saludé el sábado en la entrega de bicis. Veo y escucho a mi hija Sarah por
primera vez en la carrera, animándome, y eso me levanta aún más el ánimo, si
tal cosa fuera posible.
Inicia la segunda vuelta con los mismos pensamientos
optimistas y tratando de conservar el ritmo, pero el Garmin me da una
desagradable sorpresa al llegar a la marca del kilómetro 11: Ritmo de 5:50 por
kilómetro. ¿Choqué con el muro? ¿A qué hora, que no lo vi? Yo me siento bien en
general, pero las piernas no adelantan a la velocidad que yo quisiera y pronto
mi ritmo se va por encima de los 6:00. Siendo lo que soy, maratonista más que
triatleta, me duele aún más y en la cabeza ya empieza la búsqueda de
explicaciones. Hay algunas que suenan lógicas y me inclino por aceptar la
Paradoja de la Cobija. Si te cobijas la cabeza, te descobijas de
los pies. Si te cobijas de los pies... ¿Entrené muchísima distancia de ciclismo a costa de poca carrera a
pie? Quizá, pero la realidad del aquí y ahora es lo más importante y trato de
concentrarme en adelantar un pie a la vez, cosa no tan sencilla en el momento,
pues los calambres empiezan a aguijonearme ambas piernas, más la izquierda en
la zona de la pantorrilla.
Ya no me importa terminar en 5:20 sino solo bajar de 5:30. Ya no
compito por podium sino contra mí mismo y contra los calambres. Ya no escucho ni
veo las porras, sino la pantalla del Garmin que me marca ritmos muy por encima
de los 6:00. Y entonces, sin demasiada conciencia de cuánto falta, al levantar
la vista veo, muy a lo lejos, mucho más allá de las cabezas de la gente,
espectadores y corredores, el arco que parece ser el de la meta. Mucho más
allá, mucho más lejos de lo que creo poder continuar corriendo o cualquier cosa
que sea el gesto que voy haciendo. Pero por fin, lo que parecía quizá un
espejismo se convierte en una realidad: después de dar vuelta a la derecha en
el estrecho pasillo final, la meta está a 20 metros. Escucho a Saritah gritándome, pero no la veo. Levanto los brazos, subo la rampa final y me
detengo justo en la meta para disfrutar 3 segundos más de Ironman 70.3
Monterrey.
Tiempo nado (1900 mts).- 44 min 42 seg.
Transición 1.- 3 min 44 seg.
Tiempo ciclismo (90 kms).- 2 horas 37 min 57 seg
Tiempo transición 2.- 2 min 50 seg
Tiempo medio Maratón.- 1 hora 59 min 36 seg
Tiempo Total (113.1 kms).- 5 horas 28 min 49 seg (Récord
Personal)
3er. Lugar de Categoría 60 – 64 años.
Muy bien amigo, felicidades por ese pódium y por ese tiempo, se nota que no paras en los entrenos mi hermano
ResponderEliminar