Desde que llegamos el viernes en la tarde a Boston se sintió de inmediato que estábamos en Marathon Weekend. En el aeropuerto había carteles de bienvenida para los maratonistas, por todos lados. Desde México, estuve platicando con corredores que íbamos hacia la misma aventura. Era apenas viernes, pero ya estábamos en Boston Marathon.
Esa misma noche, alcanzamos a llegar al hotel y salirnos la familia completa a donde fuese, con el pretexto de buscar algo para cenar. Llegamos hasta el Prudential Center, un edificio vecino al John Hynes Convention Center, donde se estaba llevando a cabo el proceso de entrega de números y la Expo. A la hora que llegamos ya no había actividad en el John Hynes, pero en el bar en el que caímos a "cenar" el ambiente era extraordinario. No exagero al decir que todos o casi todos los presentes eran corredores o acompañantes o familiares y amigos de corredores. Y los había de muchas nacionalidades: principalmente gringos, pero también canadienses, ingleses, franceses y alguno que otro de nuestros países latinos. La mesera le preguntó a mi hija mayor, que tiene aspecto de corredora aunque no lo es tanto, que si iba a correr. La respuesta fue un "yo no, pero mi Papá sí". Fue el primer momento ya en Boston en el que me sentí especial. La mesera dijo. "Congratulations. You'll have a drink on the house". Por supuesto que no desaproveché la oportunidad para despacharme, gratis, la primera de "muchas" Samuel Adams del fin de semana. ¡Y estaba totalmente muerta. Deliciosa!. La Sam es una de las cervezas más sabrosas y es orgullosamente bostoniana.
Al día siguiente, sábado, después de salir a trotar 15 minutos en los alrededores del hotel, a una temperatura cercana a los 0 grados, enfilamos nuevamente hacia Boylston Street, zona de meta y en donde también está enclavado el John Hynes Convention Center. Nos fuimos directos a la Expo; había que comprar los trajes de carácter. Todos escogimos la chamarra Adidas, conmemorativa del 118th Boston Marathon, que este año fue de un precioso color "naranja mátame la retina". Y de ahí, al siguiente piso a recoger el número.
Debo decir que el voluntario que me atendió ha sido la persona que más amablemente me ha atendido en una entrega de paquetes en mis muchísimos años de corredor. Bostoniano amable, platicador, entendedor de lo que siente alguien que va a correr por primera vez un Maratón tan importante como el de Boston. Y no fue el único. A lo largo de todo el fin de semana largo, pude comprobar como Boston es una comunidad estrechamente unida en torno a su Maratón. Todos entienden claramente que Boston Marathon es parte de su identidad comunitaria y que los visitantes, privilegiados participantes de su Maratón, solo venimos a tratar de hacer todavía más grande su evento. Y no lo digo como cumplido ni como presunción. A todas partes en donde íbamos y que nos reconocían por las chamarras anaranjadas, conmemorativas del Maratón, nos felicitaban, nos daban ánimos, nos deseaban éxito. Pero el tipo que me entregó el número hizo su trabajo rápido. Encontró rápidamente mi número y paquete, me lo entregó con una sonrisa y me dijo que volteara a donde mi familia ya estaba lista para tomarme las fotos. ¡Qué momento tan maravilloso! Casi tan emotivo como cuando crucé la meta.
Pero los bostonianos no se unen solo en torno a su Maratón. Pude en los pocos días que estuve en esa Ciudad, ser testigo de una cultura de unidad, civismo y hospitalidad, exacerbada todavía por los resabios de los sucesos del Boston Marathon 2013, pero no solo por eso, sino por muchos años de cultivar ese sentido de solidaridad, pertenencia y nacionalismo tan arraigado que tienen los gringos, pero en especial los bostonianos.
La Expo no me impresionó tanto por sí misma, sino por sus asistentes. Pude saludar, no el primer día sino al siguiente, a Leo Manzano, orgulloso Mexico-norteamericano ganador de la medalla de plata en los 1500 metros en Londres 2012. Pude saludar también a Hal Higdon, aunque en el stand del Team Hoyt no encontré a los integrantes de esta pareja de padre e hijo sensacionales que correrían su último Boston Marathon juntos. Pero la Expo en general no me pareció nada del otro mundo. Grande, pero no tanto como la de New York City Marathon, por ejemplo. Y un poco apretada, con poco espacio.
La calle Boylston, donde está localizada la meta, estaba cerrada al tráfico vehicular ya desde ese día. Pudimos entonces, recorrer caminando con mi familia los últimos metros de la ruta del Maratón. Cientos de personas, corredores y no, curioseaban y se tomaban fotos en la meta, enmedio de gran cantidad de policías, en las tribunas o incluso en los sitios en donde explotaron las bombas el año pasado, sitios en los cuales pudimos ver ofrendas a los caídos. Tal vez fue irrespetuoso de mi parte, pero me tomé la foto en uno de esos altares, en los que alguien había dejado los tenis de uno de los afectados en los desgraciados sucesos de hace un año.
El clima ya a medio día del sábado, no era nada benigno. Se sentía mucho frío en Boylston Street y el viento helado calaba hasta los huesos, pero los pronósticos coincidían en que el lunes el clima sería ideal para correr. ¡Ojalá!.
Estar en Boston y no visitar Harvard y el MIT sería un pecado, así que el domingo muy temprano enfilamos a Cambridge. Había que economizar energías y no caminar mucho, pero ya estando fuera del hotel, en Boston y con tantos lugares por conocer, no hubo más remedio que ceder a las presiones familiares e ir al Acuario y al Mall. Excuso narrar el dramatismo de los aullidos que empezó a soltar mi tarjeta de crédito, mismos que aún ahora me persiguen en la memoria.
Estaba yo esperando que mi familia terminara de exprimir mi tarjeta, cuando lo ví: Era Felipe Calderón, Ex-Presidente de México, saliendo con su guarura de hacer sus compras de fin de semana "Sr. Presidente, como está Usted?" De inmediato se acercó y me preguntó sí iba a correr y cuánto tiempo planeaba hacer. Te ves en muy buena forma, "delgado y chupado", dijo, alabando el 3:40 que proyectaba yo hacer al día siguiente en la ruta de Hopkinton a Boston. También te ves muy bien, Presidente. "Siempre de saco y corbata, como cuando estabas en los Pinos". Contestó sonriendo: "Vengo de dar una conferencia, por eso ando disfrazado". En eso llegaron mi esposa y mis hijos y también se tomaron la foto. Y mi esposa, que para eso se pinta sola, empezó a platicar con Don Felipe como si nada, hasta que la tomé del brazo y le dije que ya lo dejara en paz.
Rematamos en la cena de carbohidratos, pero la cola de varias cuadras para entrar al lugar nos hizo desistir y no hubo más remedio que buscar el Olive Garden más cercano para llenar de pasta el depósito.
Regresamos al hotel ya pasadas de las 10. Ya no había más tiempo que para preparar los arreos de carrera. Los pants y el sweater viejos y la toalla deshilachada que haría de cama en el pasto de Hopkinton durante la espera de la hora de salida, quedaron listos casi a las 11 de la noche y ya no hubo tiempo más que para tomar una última Samuel Adams (light, pero bien muerta) con el pretexto de que necesitaba asegurar un buen sueño. Al día siguiente había que pararse a las 4:30 para ir al Boston Common a tomar el autobús rumbo a la salida. Hopkinton me estaba ya esperando.
CONTINUARÁ...
Encantadora crónica, da gusto leerte, espero impaciente segunda parte.
ResponderEliminarEnhorabuena por esa estupenda familia. Un saludo
Excelente cronica Gerardo!! espero con ansias la 2a parte!
ResponderEliminarFelicidades
Saludos
Sensaciones compartidas. Un abrazo hermano.
ResponderEliminarAhora a por la carrera, la previa fue realmente genial.
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